Falleció este lunes Juancito Arfero en Alicia. Estaba a punto de cumplir 70 años.
Tiene su propio monumento en una esquina del Bv. Las Malvinas, frente a lo que era Casa Gilardoni, el almacén de Ramos Generales que creció junto con el pueblo.
No recuerdo otra población cordobesa que tenga una estatua dedicada a un recolector de basura.
Nadie en mi pueblo lo llamó por otro nombre que no fuera ese, “Juancito”. En Córdoba probablemente le hubieran llamado Juancito el cartonero.
Yo era un niño de la primaria cuando su imagen se me hizo familiar por verlo caminar con su paso dificultoso por las calles de mi pueblo recolectando vidrios, cartones, latas, botellas y cuanto desperdicio útil de reciclar le daba la gente.
Pero más cercana se me hizo su humanidad cada vez que mi padre, Hermes Freyre, me hablaba elogiosamente de su vida de esfuerzo, sacrificio, honestidad y decencia.
Juancito jamás quiso que le dieran dinero. Por eso mismo se ganó la admiración de Alicia entera. Vivió siempre de su trabajo, sin pedir nada a nadie.
Arrastrando una poliomielitis desde niño, hijo de una familia numerosa, con un impedimento para hablar correctamente, igual se hacía entender por todos y cada uno de los aliceños.
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Por todo eso, por ese gran respeto que emanaba de su desgarbada figura, una procesión interminable de vecinos acompañó sus restos hasta el cementerio.
Hasta una guardia de honor de los bomberos voluntarios de Alicia escoltaron el ataúd hasta su última morada.
Isabel Lupino una vecina de Juancito se encargó de resaltar la tremenda actitud con la que asumía cada día de su vida. Feliz, sonriente, decidido, llevando su carro por las calles del pueblo.
A su modo, un gladiador sin armas empujando su destino adverso por los caminos de la vida, valiéndose a sí mismo y dando muestras de una entereza admirable.
Si en cada jardín de Alicia siguen floreciendo las rosas, las dalias, los gladiolos y las retamas, en esos racimos de colores seguirá vivo el recuerdo de este noble ciudadano de a pie.
Adiós Juancito del Pueblo.