Alejandro Calatayú tiene siete años y nació con una malformación en su brazo derecho conocida como focomelio (ausencia de uno de los miembros).
Su papá un artesano de Rosario de la Frontera a 180 kilómetros al sur de la capital salteña, le era imposible costear una prótesis para su hijo, por eso la única solución que encontró fue fabricarla con una impresora 3D.
Hugo Calatayú y Miriam Martínez son los padres de Ale. Él es profesor de inglés y artesano, y ella maestra. El papá realiza figuras y suvenirs que el matrimonio suele vender en la plaza del pueblo en las fiestas patronales. Con eso buscaban juntar dinero para comprarle al pequeño una prótesis definitiva.
La mamá cuenta que “un traumatólogo le hizo los primeros controles en el Garrahan y les aconsejó el uso de una prótesis recién al término de la adolescencia, cuando Ale dejara de crecer, pero recomendó controles cada seis meses en el Garrahan”.
En uno de los viajes a Buenos Aires, la familia visitó Tecnópolis y conocieron al ingeniero en electrónica Diego Cura. “Nos incentivó a comprar una impresora 3D y la compramos sin tener conocimiento sobre el tema. Fue Cura que, tras largas horas de llamadas telefónicas con Hugo, armaron la impresora. Luego, Hugo hizo un montón de pruebas hasta que logró la primera prótesis.
“Mi papá me va a hacer cuatro prótesis: la de Iron Man, Hombre Araña, Capitán América y el Increible Hulk, y se las voy a mostrar a mis amiguitos Augusto, Miguel y Alvaro”. contó Ale.
“Por una prótesis biónica en Suiza me piden 48.000 euros. En Estados Unidios 25.000 dólares. Ya llevamos gastados 70.000 pesos, y puedo hacer lo que mi hijo me pide”, concluye Hugo Calatayú.