Un día el mundo paró y todo lo que creíamos conocido se convirtió en desconocido. Los héroes cambiaron de traje y el villano pasó a ser invisible.
Parecía imposible de pensar, pero nuestra rutina y nuestra vida siempre a contrarreloj dio un cambio de rumbo hacia lugares hasta entonces inexplorados.
De repente, y sin saberlo, la familia se encontró, los amigos se extrañaron, las pantallas se pusieron entre las personas y un beso o un abrazo se convirtieron en armas peligrosas.
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Desde el pasado 20 de marzo, el tiempo parece haberse detenido. Las calles lucen vacías, las terminales ya no reciben miles de pasajeros y para circular por las calles hay que ponerse el barbijo y pedir permiso.
Mientras nos acostumbramos a este cambio de timón, los hospitales esperan y las camas vacías parecen decirnos “pará”.
Son imágenes, postales de una cuarentena que implica un profundo cambio de vida. Un nuevo paradigma que nos rodea de incertidumbre, pero a la vez invita a valorar momentos del pasado y preparar la mirada para lo que vendrá.
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