Martha es periodista, tiene 68 años y nació en Justiniano Posse. Trabajó en Bell Ville, pasó por Rosario y desde hace tiempo vive en Buenos Aires. Sus compañeros de trabajo están en la Televisión Pública.
Durante su carrera siempre criticó al periodista autorreferencial que se pone por delante de la noticia pero esta vez, le tocó a ella ser el centro de la información: “El mensaje fue con el corazón y con una vocación de servicio. Durante mis más de 40 años la noticia fue la protagonista y tuve una actitud crítica ante quienes se ponen en primera persona pero esta vez elegí hacerlo, creo que los tiempos han cambiado y podía servir”.
Su historia se conoció a través de un video que tanto ella como su hijo, también periodista, decidieron compartir en las redes sociales.
Martha suma factores de riesgo a su historia clínica. Es paciente oncológica y el pasado 15 de julio comenzó a tener algunos síntomas leves de coronavirus. Algo de fiebre, dolor de cabeza y tos alertaron a la familia que decidió consultar con un médico. El hisopado dio positivo.
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A los pocos días, el cuadro empeoró y tuvo que ser internada. Incluso durante 24 horas que su familia describe como “dramáticas” estuvo en terapia intensiva con máscara de oxígeno.
En el video, Martha reflexiona sobre la política del miedo: “La gente, mi gente está asustada porque el oficialismo, el estado nos pone esa terrible publicidad oficial donde un chanta te pone un respirador y de lo único que se habla es del respirador y de muertos” y se pregunta dónde están los psicólogos, los cardiólogos y porqué las autoridades no los escuchan.
Además aclara que ella se cuidó, cumplió con la cuarentena y sin embargo se contagió. Nadie es culpable de una situación como ésta.
Desde la cama de la habitación de la clínica donde permanece internada asegura: “Yo creo que a este virus lo superé pero me ha dañado” y hace un pedido muy claro: “Cuídennos, no nos asustes porque cuando la gente entra (a una clínica) lo único que tiene es la imagen del respirador que les va a caer encima”
La necesidad de afecto
“Yo hace cinco meses o más que nadie me da una caricia y no porque me falte, tengo a montones, miles que vendrían a abrazarme pero no se puede”, comienza el relato Martha.
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Entre lágrimas, cuenta lo que significó para el gesto humano de una doctora: “Yo estuve en contacto con la muerte muchas veces y creo ser digna pero no así y me derrumbé y lloré, la médica me acarició y uno necesita eso, somos seres humanos, necesitamos el cariño y para eso no hay edad”.
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