Paul Alexander, el hombre del pulmón de acero, murió a los 78 años. Su historia de vida, dramática y a la vez inspiradora, recorrió el mundo. Durante más de siete décadas dependió de una máquina para sobrevivir y fue una de las últimas personas en el mundo que todavía utilizaba este tanque enorme para respirar.
El hombre de Dallas (Texas, Estados Unidos) tenía seis años cuando le diagnosticaron poliomielitis, una enfermedad mortal del siglo pasado causada por un virus que se transmite de persona a persona y que puede infectar la médula espinal. Esto le provocó una parálisis total del cuerpo de por vida. “Lo perdí todo: la capacidad de moverme, mis piernas no me sostenían y luego no podía respirar”, decía el estadounidense.
Desde 1952 a la fecha, Alexander quedó atado a ese pulmón de acero, una máquina que generaba un flujo de oxígeno a los pulmones. Sin embargo, no fue un impedimento para continuar con su vida, le hizo frente a la enfermedad, se graduó con honores en la secundaria, estudió en la universidad, se recibió de abogado y publicó varios libros. Siempre se propuso evitar que la polio lo derrotara sino “derrotar a la polio”.
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“Siempre quise lograr las cosas que me decían que no podía lograr y alcanzar los sueños que soñaba”, aseguró en una entrevista en 2021. Nunca se rindió y después de cinco años de escribir cada palabra de su libro con un bolígrafo sujeto a un palo que manipulaba con la boca publicó su biografía, que tituló Tres minutos para un perro: mi vida en un pulmón de hierro.
Polio Paul, como lo llamaban, conoció a Claire en la universidad y años después se comprometieron. Ejerció como abogado y defendió a varias personas en los tribunales de Estados Unidos. Durante al menos tres décadas, Kathy Gaines, una mujer ciega, lo acompañó como cuidadora e incluso en su profesión.
A pesar del avance tecnológico, nunca abandonó la máquina de pulmón de acero porque estaba acostumbrado y en los últimos años se encontraba confinado las 24 horas.