El escenario era el ideal. Una fiesta en la glamorosa ciudad francesa de Saint-Tropez.
El vehículo era el mejor. Un Porsche 918 Spyder, con un motor V8 y dos motores eléctricos que juntos suman 887 CV.
La compañía era perfecta. Una rubia sentada en la butaca derecha.
Pero el final fue el peor. El muchacho se hizo el langa, apretó demasiado el acelerador y terminó rompiendo, en pleno estacionamiento, uno de los autos deportivos más sofisticados del mundo.