David English hoy tiene 50 años. La mañana del 11 de setiembre de 2001, el estadounidense iba caminando por Manhattan con un montón de papeles en su mano para firmar un convenio laboral que le permitiría alcanzar eso que llaman “el sueño americano”. Pero nunca imaginó que su destino cambiaría para siempre en pocos minutos.
Empezó a sentir un ambiente pesado, con mucho polvo y extraños olores. Alzó su mirada hacia una de las Torres Gemelas y vio un enorme agujero del cual salía una densa humareda negra.
Según David, sus padres le habían enseñado que ante cualquier peligro debía comunicarse de manera inmediata con ellos para avisar si estaba bien o le había pasado algo. Y fue justo en ese instante que cumplía con el precepto inculcado de siempre, cuando vio pasar sobre su cabeza el vuelo 175 de United Airlines que segundos después impactaría contra la Torre Sur del WTC.
Recuerda el dolor de ver cómo los diarios se acumulaban en las puertas de las casas y departamentos de sus vecinos, sin que nadie los recogiera. Era la clara señal de que “ya no los vería nunca más”.
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Allí sintió que aquel suceso partiría en dos y para siempre la historia y el modo de vida de la sociedad norteamericana. No lo dudó y decidió emigrar hacia una nueva vida en alguno de los lugares del planeta que había conocido en sus viajes, como fueron Australia, Japón y parte de Europa. Pero, según él, como Argentina no hay comparación posible y desde hace casi 20 años se radicó en Mendoza.
Padre de un hijo argentino, asegura que “pasar de una sociedad fría como la del país del norte a una con la calidez propia de la nuestra, le facilitó la adaptación”. Además, le gusta juntarse “a comer asados, compartir momentos con amigos, el fernet con coca, el cuarteto y el mate. Pero sin olvidar dormir la siesta”.
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El idioma tampoco fue una barrera para este testigo y sobreviviente del atentado terrorista suicida más impactante de la historia de la potencia mundial. Hoy se dedica al turismo académico a partir de convenios con universidades norteamericanas y las bodegas mendocinas.
Por otro lado, asegura “no entender por qué muchos jóvenes hoy se quieren ir de este país”. Y sentencia con una advertencia: “El paraíso no existe y todos los países tienen problemas aunque muchos idealizan un lugar que al final no existe. No me voy jamás de Argentina”.