¡Proceda! Fue la orden que dio un juez de distrito estadounidense a sus asistentes para que el acusado reciba miles de voltios en su cuerpo. La negativa del imputado a declararse culpable o inocente por un delito sexual enfureció al magistrado.
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George Gallagher, presidente de una sala de audiencias de Texas en 2014, dispuso la activación de un cinturón paralizante de seguridad contra Terry Lee Morris. Cuatro años después de aquella tortura, una corte de apelaciones decidió repetir el juicio porque consideró que se violaron derechos constitucionales.
"Ahora, ¿va a seguir las reglas?", fue la pregunta impaciente y amenazante que repitió dos veces Gallagher al procesado. Pero Morris pretendía recusarlo y no estaba dispuesto a testimoniar en la causa que tenía en contra por ofrecer sexo a una menor. Acto seguido, recibió tres descargas eléctricas de ocho segundos cada una.
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Según la reconstrucción realizada por el diario The Washington Post, el magistrado justificó el uso del castigo físico porque el reo estaba “muy agitado” y ponía en riesgo la seguridad en la sala. El preso nunca más asistió a una audiencia, ni siquiera para escuchar su sentencia.