El sábado a la noche, Lviv nos recibió con bombardeos. Seis horas después del desembarco se dio el ataque más cercano, a unos 60 kilómetros. El domingo a la madrugada, las tropas rusas lanzaron misiles contra una base militar, que dejó decenas de muertos.
La seguridad que se sentía en esta parte del oeste de Ucrania se vio diluida. La situación puso en alerta a la ciudad: desde que llegamos suenan las alarmas de advertencia. Es un sonido tétrico.
Estamos en el centro cultura de Ucrania, una tierra en disputa de hace tiempo. En el inicio de la cobertura periodística, pudimos llegar a pocos metros de la zona afectada por los misiles rusos. Hasta que la guardia militar nos sacó, ya que entiende que “es información para Rusia” el registro de los daños como consecuencias de la guerra. Insisten en que peligra la seguridad nacional.
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La ciudad está militarizada. En este marco, nos detuvieron cuando salimos del hotel en busca de elementos indispensables para la transmisión en vivo para El Doce. Nos llevaron a una comisaría y nos hicieron esperar, hasta nos tomaron fotos de nuestros rostros y pasaportes.
Por primera vez, desde nuestra llegada, nos colocaron un sello que garantiza que estamos registrados como periodistas, debido a que la acreditación de prensa demora entre siete y diez días.
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Cómo fue la arriesgada misión para llegar a Lviv
Era de noche y ya regía el toque de queda en Ucrania. Fue un fin de semana muy movido. Durante cinco horas esperamos en la frontera con Polonia hasta que llegó el colectivo. El viaje desde migraciones hasta Lviv fue de una hora y media.
Llegamos cinco minutos después de las 22:00, hora en que ya nadie puede salir de sus hogares. En los dos primeros controles no hubo problemas. Sin embargo, en el tercer puesto había un civil que tenía cierto poder, pero no decisión.
Este hombre se subió al colectivo y comenzó a maltratar al chofer. De repente, móviles policiales empezaron a seguirnos. Ya eran las 23:00. Llegamos a una comisaría que estaba tapada con bolsas de arenas. Nos advirtieron que revisarían celulares y cámaras. Mientras, nos preguntaban qué hacíamos en Lviv y por qué llegamos a esa hora.
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Otro jefe increpó al conductor del colectivo. Nosotros intentamos explicar nuestra situación. Hasta que nos hicieron pasar a una oficina y nos cerraron bajo llave. Comenzó el interrogatorio. Estábamos con el periodista de TN, Nelson Castro, quien les contó que ya había estado en su país, puntualmente en Chernobyl.
Eso fue clave en medio de un clima de tensión. Los policías cambiaron de actitud, nos devolvieron la documentación y pidieron por favor contarle al mundo lo que está sucediendo en Ucrania.
Emprendimos camino al hotel, que se encontraba cerrado. No podíamos ingresar de ninguna manera. Afortunadamente, otro periodista argentino nos ayudó a ingresar. Nos fuimos a dormir y seis horas después escuchamos las fuertes detonaciones.
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