Mientras avanza la guerra arrasando la Franja de Gaza, se va instalando en el escenario internacional la idea que, desde la década del 90, tiene un abrumador apoyo en el mundo, pero es rechazado por Benjamín Netanyahu y por Hamás: la solución de los dos estados.
Aquella meta establecida en las negociaciones secretas de Oslo, fue repudiada desde un primer momento por el actual primer ministro y por las agrupaciones ultranacionalistas y también las fundamentalistas, hoy representadas en el gobierno de Israel.
Hamás fue creada durante la primera intifada en oposición a la aceptación implícita de dos estados que, a finales de los ‘80, ya era visible en la OLP que lideraba Yasser Arafat.
Al surgir en el marco de la primera intifada, Hamás dejó en claro que mantenía el objetivo que inicialmente tuvieron todos los estados árabes y agrupaciones palestinas: entre el río Jordán y el Mar Mediterráneo no había lugar para un Estado judío.
A esta altura de la sucesión de guerras y masacres ocurridas desde que se frustró la aplicación total de la Resolución de Naciones Unidas de 1947, impidiendo el establecimiento de un Estado palestino junto al Estado judío, lo único que está claro es que con el gobierno extremista de Netanyahu y con la organización terrorista que impera en la Franja de Gaza, es imposible avanzar en la aplicación de la única vía para construir la paz que no ha existido en las últimas siete décadas.
Sólo desapareciendo Hamás y gobernando una coalición centrista en Israel sería posible la pacificación. No puede imperar en Gaza y Cisjordania una fuerza terrorista que rechace la existencia de Israel, ni puede gobernar Israel una coalición extremista que rechace la existencia de un Estado palestino independiente.
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El setenta por ciento de los edificios de la Franja de Gaza fueron dañados pero el setenta por ciento del aparato militar de Hamas está intacto y operativo. Ocurre que el setenta por ciento de las víctimas fatales son civiles y sólo el treinta restante son combatientes y militantes de Hamas.
Con muchos miles de niños muertos, la guerra que hace Netanyahu ya sentó a Israel en el banquillo de los acusados de la Corte de La Haya. Lo que no hizo es matar o capturar a ninguna de las cabezas de Hamas en ese territorio arrasado.
El líder político Yahya Sinwar y su hermano, así como también el comandante militar Mohamed Deif y el tercero en el orden de mando, Marwan Issa, no han sido capturados ni cayeron bajo las bombas que han matado a miles de civiles y destruido sus hogares.
Por lo tanto, juicio por genocidio y ola de denuncias y aislamiento internacional mediante, está claro que Netanyahu está lejos de haber obtenido algún beneficio para su país, al que tampoco le devolvió la mayoría de los secuestrados por la organización terrorista en el pogromo sanguinario del siete de octubre.
Incluso si lograra ahora mismo “destruir totalmente a Hamás” y rescatar vivos a todos los rehenes que siguen atrapados en Gaza, el precio que Netanyahu le hizo pagar a la imagen de su país en la región y en el mundo es altísimo. El terrorismo anti-israelí ya tiene garantizadas las próximas generaciones de terroristas dispuestos a inmolarse contra blancos judíos, por el dolor y el resentimiento que están padeciendo los niños y adolescentes de la Franja de Gaza.
Tampoco si fuesen alcanzados los objetivos que planteó y que aún están lejos de haberse logrado, Netanyahu podrá explicar por qué tapó con decenas de miles de muertos palestinos las 1.200 muertes israelíes que dejó el pogromo sanguinario perpetrado por Hamás.
Le será tan difícil como explicarle a los jueces que es inocente en los casos de corrupción que lo acechan. Quizá sólo le resulte más difícil explicar por qué el siete de octubre una multitud de terroristas pudo cruzar lo que se supone la frontera más vigilada del mundo, y atacar durante larguísimas horas kibutzim y aldeas agrícolas, además de un festival de música al aire libre, causando masacres espantosas.
No puede haber solución que permita la existencia de una organización sanguinaria y fanática como Hamás, ni gobernando ni existiendo en Gaza y Cisjordania.
Tampoco puede haber solución definitiva sin una inmediata segunda etapa que implique el establecimiento de un Estado palestino en territorios que sean viables para su existencia.
De tal modo, una solución definitiva requiere un gobierno centrista en reemplazo del gobierno extremista que lidera Netanyahu.