Cuando Hugo Chávez juró “sobre la constitución moribunda”, hace 25 años, el presidente Rafael Caldera lo escuchó con cara de estar viendo la oscuridad que sobrevendría en Venezuela. Febrero de 1999 comenzaba junto con la “Revolución Bolivariana”.
El viejo presidente democristiano que dejaba el poder sabía que allí terminaba el bipartidismo de Copei y Acción Democrática sobre el cual había transitado la democracia venezolana. Una democracia que no corregía las insultantes desigualdades de la sociedad, pero que albergó exiliados de todas las dictaduras que poblaban Latinoamérica.
Aquella democracia, insular e insuficiente, entró en su etapa crepuscular cuando la aplicación del Plan Brady hundió repentinamente a la mayoría pobre del país en el hambre y la desesperación social que produjeron el “caracazo”, cuya violenta represión dejó casi tres centenares de muertos.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) jamás hizo una revisión autocrítica de lo que provocó el paquete de ajuste que hizo aplicar al gobierno de Carlos Andrés Pérez. Esas medidas iniciaron la deriva que incluyó el levantamiento golpista que encabezó Chávez, su derrota y encarcelamiento, su excarcelación indultado por Caldera, la fundación del Movimiento Quinta República y el triunfo electoral que lo depositó en el Palacio de Miraflores.
Aquel exuberante líder caribeño creó un Simón Bolívar funcional a sus aspiraciones y recreó la historia de la Gran Colombia bolivariana a la medida de su ambición de presentarse como el nuevo Libertador.
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Las primeras fases de su revolución fueron más bien un reformismo con buenos resultados sociales. Pero a medida que crecía su popularidad, crecía también la sombra del despotismo que se incubaba en la cúpula del gobierno.
Aceptó mascullando maldiciones el resultado de un referéndum que le rechazó su propuesta de reelección indefinida, pero ajustó las clavijas del aparato propagandístico y de la estructura clientelar, cometiendo la falta ética de repetir la votación poco después, obteniendo esta el resultado que buscaba.
Esa fue la primera señal de que Hugo Rafael Chávez Frías estaba enterrando la democracia pluralista y el Estado de Derecho que habían destacado a Venezuela en el mar latinoamericano de dictaduras, en la segunda mitad del siglo 20.
La siguientes señales inequívocas fueron sus gritos de “exprópiese” y, a renglón seguido, la exhumación de los restos de Bolívar para transmitir en vivo una escena tétrica y delirante: la autopsia que, supuestamente, probaría que el Libertador no murió de tuberculosis como señala la historia oficial, sino que lo envenenaron por orden de la oligarquía bogoteña, que por entonces encabezaba Francisco de Santander y que tiene su proyección a la actualidad con la disidencia antichavista.
Usando el petróleo venezolano y las arcas de PDVSA para financiar la construcción de su liderazgo a nivel regional, Chávez inició la deriva autoritaria y puso la economía venezolana rumbo al desastre. Pero su muerte le evitó ver la desembocadura calamitosa del trayecto que él había iniciado.
Nunca se sabrá si, de no haber muerto, hubiera recapacitado y corregido el rumbo para evitar el desastre. Lo evidente es que el sucesor que Chávez ungió en la antesala de la muerte, Nicolás Maduro, condujo el país hacia el colapso de la economía, la destrucción de PDVSA, una diáspora de dimensiones bíblicas y una dictadura corrupta que colmó las cárceles de presos políticos y mató a centenares de manifestantes para aplastar con brutales represiones las masivas protestas que intentaron recobrar la democracia.
Con la muerte de Chávez comenzó la etapa del chavismo residual, encabezado por Maduro, Diosdado Cabello y una nomenclatura cívico-militar enriquecida por la corrupción y la arbitrariedad.
El régimen de Chávez fue un mayoritarismo, o sea un gobierno autoritario que contó con un amplio respaldo de la mayoría en el pueblo venezolano. Las calamidades que trajo el chavismo residual hizo que el régimen perdiera el respaldo de la mayoría y se volviera una dictadura minoritarista.
El autoritarismo de Chávez generó una cuasi-democracia que no llegó a ser dictadura. El chavismo residual es un régimen dictatorial y represivo, porque más del setenta por ciento de los venezolanos lo desprecia y reclama regresar a la democracia pluralista que se extravió hace 25 años.