La decisión de Javier Milei sobre la embajada argentina en Israel es cuestionable. Por un lado, alteró unilateralmente, con una decisión personal sin consensuar con otras fuerzas políticas buscando mayor representatividad social, lo que era una política de Estado: la neutralidad en toda temática que deba ser resuelta en una mesa de negociación entre israelíes y palestinos. Y por otro lado, el traslado de una embajada desde Tel Aviv a Jerusalén en este momento, más que un gesto hacia Israel, es un regalo al controversial gobierno que encabeza Benjamín Netanyahu; ergo, un acto contrario a la aplicación de la “solución de los dos estados” que una abrumadora mayoría de países en el mundo respalda como única salida a una situación insostenible, injusta y generadora de violencia.
La discusión sobre Jerusalén puede darse desde el fondo de la milenaria historia de esa ciudad, que capital del antiguo reino de Israel. En esa historia hay puntos relevantes, como la Declaración Balfour, de 1917, por la que el Reino Unido hizo el primer pronunciamiento a favor de la existencia de un Estado judío en Palestina. Instancias cruciales, como la Resolución de Naciones Unidas de 1947, estableciendo la división del territorio para que sea hogar de dos estados, uno árabe y otro judío y estableciendo el estatus de ciudad internacional a Jerusalén. Y los problemas posteriores, empezando por el rechazo árabe de la resolución de la ONU, impidiendo el nacimiento de un Estado palestino junto a Israel, la Guerra de los Seis Días, por la que en 1967 Israel ocupó la parte oriental de Jerusalén; la anexión que aplicó en 1980 el primer ministro Menajem Beguin, así como muchos hitos posteriores que tienen que ver con la ciudad santa para las tres religiones monoteístas.
Sin embargo, la decisión de Milei no debe ser analizada desde la significación histórica, sino desde la significación actual que tiene ese debate. Y hoy, el acto político de trasladar una embajada de Tel Aviv a Jerusalén implica un respaldo al controversial gobierno que encabeza Benjamín Netanyahu en su intento de destruir la “solución de los dos Estados”, que es respaldada por una mayoría abrumadora de países.
Tanto la organización terrorista Hamas como el gobierno de fundamentalistas que formó Netanyahu para sostenerse en el poder evitando los juicios por corrupción que lo acechan, rechazan la solución de los dos estados porque le niegan a la otra parte el derecho a existir en como estado en ese territorio de Oriente Medio.
Esa es la cuestión central. La neutralidad que Argentina mantuvo frente a toda cuestión presente en la resolución de la ONU en 1947, por la que nació al año siguiente el estado de Israel, que deba ser resuelta en una mesa de negociación con las dos partes, estuvo dentro del consenso mundial en ese tema.
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Sólo un puñado de países, por decisiones no consensuadas de sus mandatarios de turno en el caso de Estados Unidos (Donald Trump), Guatemala (Jimmy Morales) y Honduras (Juan Orlando Hernández), junto a Papúa-Nueva Guinea, Kosovo entre otros pocos, movieron sus capitales a Jerusalén. Los 190 países restantes, que son una mayoría casi absoluta en el mundo, mantienen sus sedes diplomáticas en Tel Aviv.
Estados Unidos y la Unión Europea, junto a la casi totalidad del resto de los países, apoyan la solución de los dos estados que rechazan Hamas y también Netanyahu con sus socios ultra-religiosos en el gobierno.
El anuncio que hizo el presidente de la Argentina en Israel, es un regalo para Benjamín Netanyahu y las dirigencias de posiciones extremas que rechazan la vía negociadora respaldada por el mundo y por una parte muy importante de la población israelí.