Las manos y la cara contra el Muro de los Lamentos. Primero lágrimas y a continuación llanto desconsolado. Eso sí, se supone que lloraba de felicidad. Esa alegría que emerge desde el alma del creyente y aflora primero en lágrimas y después en euforia. Un Javier Milei eufórico como el que saltaba en los escenarios políticos como estrella de Heavy Metal, brincaba enardecido de fervor místico junto a un puñado de judíos ortodoxos en las cercanías de lo que fue el templo del Rey Salomón.
Pocas horas y un par de miles de kilómetros después, la euforia mística parecía volver al rostro del presidente argentino que, desbordado de emoción, se lanzaba a abrazar al Papa Francisco. En Milei se corporizaba la comunión judeocristiana que late en la cultura occidental, pero nunca se manifiesta en una sola persona como ardor religioso.
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¿No será mucho para alguien cuya función no es guiar rebaños hacia la Fe, sino simplemente administrar un Estado?
Las escenas registradas en Jerusalén y en el Vaticano, mostraban la euforia desbordada que provocan las sobredosis, en este caso de misticismo. Y parece encajar en las señales de mesianismo que aparecen en las invocaciones a las “fuerzas del cielo” del libro de Judas Macabeo, o la sacralidad redentora otorgada a teorías económicas de vertientes radicales.
No hay obstrucciones a las reformas que liberen las fuerzas privadas del peso de un estatismo aplastante. El kirchnerismo y la izquierda que ponen palos en las ruedas no alcanzan para destruir el proceso de apertura económica que avalan las fuerzas centristas. Si en lugar de denostarlas, Milei aceptara las impericias y desconocimientos del oficialismo anarco-capitalista, además de sus ideologismos y delirios místicos, y se apoyara en la moderación, el pragmatismo y la experiencia institucional de la oposición centrista, Argentina ya estaría avanzando en un trayecto de reformas lógicas y necesarias para que las energías del capital privado se coloque a la cabeza de la reconstrucción económica.
Nadie le está pidiendo al presidente que negocie con los que ponen palos en la rueda y se mueven desde fanatismos opuestos pero tan intensos como el de los funcionarios y legisladores de La Libertad Avanza (LLA). Lo que empiezan a señalarle los dirigentes y analistas políticos que quieren un cambio profundo, pero posible, razonable y dentro de la institucionalidad democrática, es la necesidad de apoyarse en quienes quieren corregir todo lo que hay por corregir, que es mucho, para que de verdad el país pueda salir del populismo estatistas sin caer en otro populismo.
Cada vez son más las voces que señalan que Milei es kirchnerismo en dirección económica opuesta. Cada vez es más nítido lo que tienen en común quienes desprecian a los críticos y oponentes demonizándolos, desde el sectarismo mesiánico del fanatismo ideológico.
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Lo que hay en oposición no es mayor a lo que hay en comunión entre los liderazgos que generan feligresías en la gente que, en política, sólo puede sentir adoración o desprecio.
Con la misma carga de fervor enardecido con que Milei llamó “imbécil”, “comunista” y “representante del maligno” al Papa argentino, ahora se abalanzó sobre él para abrazarlo.
¿Es un caso de Doctor Jekyll y Mister Hyde? No. En absoluto. Aunque parezcan dos personas absolutamente diferentes actuando desde polos opuestos, es una sola, y actuando exactamente del mismo modo.
Vociferando insultos contra Francisco o abrazándolo emocionado, vemos la misma escena. Una escena inquietante cuyo protagonista es Javier Milei, siempre idéntico a sí mismo.