Nunca fue fácil la relación entre la Iglesia como Estado y los gobiernos de otros Estados. Cuando era un país que se extendía en la región del Lacio, los Estados Pontificios mantuvieron incluso guerras con otros reinos de la península. Y tras perder la pulseada contra el “Risorgimento” y la unificación de Italia, se negó a reconocer al estado italiano hasta el Pacto de Letrán en 1929.
Pío XII les dificultó tratar con altos funcionarios alemanes el ascenso del nazismo. A Juan XXIII y Pablo VI les tocó tratar con los primeros regímenes de la historia que declaraban en sus constituciones la no existencia de Dios: la Unión Soviética y otros países comunistas del Pacto de Varsovia.
A Juan Pablo II le tocó en 1979, recién ascendido al trono de Pedro, la primera visita papal a Polonia, encontrándose personalmente con el general Jaruzelski, dictador comunista que lo persiguió cuando era obispo de Cracovia y que perseguía despiadadamente al sindicato católico Solidaridad, liderado por Lech Walesa.
El Papa polaco también tuvo encuentros difíciles con funcionarios de regímenes revolucionarios, como el entonces ministro sandinista Ernesto Cardenal, sacerdote de su iglesia.
A Karol Wojtila y a su sucesor, Benedicto XVI, no les resultaron para nada fáciles sus encuentros en Cuba con los hermanos Castro, cuyo régimen totalitario había perseguido a la iglesia católica en la isla caribeña.
A Francisco le resultó difícil recibir a funcionarios chavistas tras las criminales represiones que dejaron en Venezuela cientos de muertos y las cárceles abarrotadas de presos políticos. Más aún reunirse con emisarios del régimen que encarcela sacerdotes y obispos en Nicaragua.
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Pero lo más extraño en el actual jefe de la iglesia católica es su dificultad para relacionarse con mandatarios argentinos. A punto su propio país le resulta inconveniente políticamente, que aún no lo ha visitado como sumo pontífice.
Francisco recibió a Cristina Kirchner, quien con su marido, Néstor Kirchner, llamaban “jefe de la oposición” al entonces cardenal Bergoglio y viajaran a cualquier lugar del país los 25 de Mayo para no asistir al tedeum que oficiaba en la catedral. A eso Cristina añadió la aprobación del matrimonio igualitario, al que Francisco se oponía duramente.
A Mauricio Macri lo recibió con cara fea para las fotos, por haber autorizado como jefe de gobierno porteño la unión civil entre personas del mismo sexo. Y con Alberto Fernández también hubo encuentros incómodos por haber impulsado la legalización del aborto durante su presidencia.
Pero nada se compara a las dificultades objetivas que gravitan sobre el vínculo con Javier Milei, a quién recibió con mayores demostraciones de afectos que a sus antecesores, aunque la gravedad de los choques con el actual presidente argentino es de dimensión oceánica.
Milei lo llamó “imbécil”, “hijo de puta”, “comunista” y “representante del maligno”.
Esta última descalificación tiene un rasgo oscurantista que parece revelar un vínculo del actual presidente con el “lefebvrismo”, la corriente eclesiástica ultramontana que promueve la visión anti-conciliar de monseñor Marcel Lefebvre, enemigo abierto de Juan XXIII y Pablo VI que reclamaba volver a la liturgia tridentina suprimida por el Concilio Vaticano II.
A la dificultad que implican los insultos y la descalificación oscurantista de Milei al Papa, se suma que el anarcocapitalismo, la ideología del actual presidente argentino, está enfrentada con la Doctrina Social de la Iglesia desde sus antípodas.
De por sí, el liberalismo está a contramano de la Doctrina Social de la Iglesia, mientras que esa expresión ideológica extremista que es el libertarismo resulta absolutamente antagónico con la filosofía socio-económica del catolicismo.
Como si todo eso fuera poco para dificultar el vínculo entre el jefe de Estado y el sumo pontífice, hay un componente más: el deseo manifiesto de Milei de convertirse al judaísmo.
Aunque desde Juan XXIII y Pablo VI el vínculo de la iglesia católica y el judaísmo es excelente y fluido, para el catolicismo y el grueso de las religiones dogmáticas, quienes cambian de religión incurren en apostasía. Por lo tanto, para el Papa Francisco, lo que hará Javier Milei si abraza la religión hebrea, es convertirse en un apóstata, algo particularmente deleznable para las religiones dogmáticas.
Todas estas dificultades constituyen un caso extraordinario de complejidad en el vínculo entre un presidente y un sumo pontífice.