El país con la historia más trágica de las Américas, ha quedado en manos de bandas criminales comandadas por un ex policía, que lograron la caída del primer ministro Ariel Henry, quien aceptó dejar el cargo en manos de un comité de transición.
Estados Unidos y países del Caribe, encabezados por Jamaica, buscan una fórmula para salvar a esa mitad de la isla La Española, que comparte con la República Dominicana, de lo que parece un proceso interminable de autodestrucción.
En ese proceso iniciado prácticamente en el comienzo mismo de su historia como país independiente, tuvieron mucha responsabilidad la Francia de la revolución, los Estados Unidos de la primera mitad del siglo 20, la minúscula y corrompida oligarquía mulata, y también los dictadores que engendró la mayoritaria población negra.
No obstante, el caos que dejó el país en manos de bandas criminales comenzó en julio del 2021, cuando fue asesinado el presidente Jovenel Moïse.
La suma de tantos procesos históricos truculentos genera mitos oscuros. Como si sobre el pueblo haitiano pesara una maldición. Como si se tratase de un país marcado por un designio fatal.
Puerto Príncipe sigue siendo una ciudad colmada de misterios inquietantes. El sincretismo formado en la confluencia entre los cultos llegados con los esclavos africanos y el cristianismo de los esclavistas europeos, generó liturgias y religiones como el vudú, a su vez generador de leyendas como la de los zombies. A los misterios de las creencias ancestrales se suman los misterios que oscurecen la realidad.
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Jovenel Moise tenía muchos enemigos, pero tenía poco tiempo más de permanencia en el gobierno. Resulta misterioso que alguno de sus enemigos haya decidido matarlo un puñado de meses antes de que dejara el poder porque acababa su mandato. Los anteriores magnicidios ocurridos en Haití se explican fácilmente. A Jean-Jacques Dessaline, el primer gobernante que se autoproclamó emperador de lo que, tras su asesinato, fue la primera república negra del mundo y el primer país independiente de América Latina. Conspiraron para matarlo a principios del siglo XIX sus camaradas Alexander Petion y Henry Christophe porque querían quedarse con el poder absoluto y eterno que ostentaba. Pero como presidentes de una proclamada “república”. Y a principios del siglo XX, a Vilbrun Guillaume lo mató un levantamiento popular porque había ejecutado a más de un centenar y medio de presos políticos.
Jovenel Moïse ni se había proclamado gobernante vitalicio ni había hecho matar a nadie. Tomó medidas de corte autoritario, pero tanto la debilidad de su gobierno como el cercano final de su mandato conjuraban cualquier riesgo.
En la misma isla pero del lado dominicano de la frontera, también hubo magnicidios. En 1961, un grupo comando enemigo de la sanguinaria dictadura que imponía Rafael Leonidas Trujillo, emboscó y asesinó al tirano en la carretera que recorría hacia San Cristóbal. Cincuenta años antes fue asesinado el presidente Ramón Cáceres. Pero el plan habría sido secuestrarlo, no matarlo. Aquel magnicidio habría ocurrido porque lo planeado salió mal. Que la autopsia haya mostrado que Moïse tenía huesos rotos y golpes, salvo que haya intentado defenderse trabándose en dura pelea con los atacantes, indicaría que el objetivo era asustarlo o secuestrarlo. Pero jamás se sabrá con certeza, como tampoco se sabrá quién y por qué contrató a los sicarios colombianos que llegaron a Puerto Príncipe para ejecutar ese atentado. Ni por qué Ariel Henry, de ser respetado por los haitianos por ser un prestigioso neurocirujano egresado en la universidad francesa de Montpellier, pasó al intento de convertirse en un déspota. El primer médico de la mayoría negra que llegó a la presidencia y se transformó en un déspota o, peor aún, en un sanguinario y cruel dictador, fue Francois Duvalier.
Otra de las tantas transformaciones despóticas fue la del sacerdote tercermundista de Cité Soleil, la barriada más populosa y miserable de Puerto Príncipe, Jean-Bertrand Aristide.
La excepción a la regla de las tiranías y los personalismos despóticos fue René Preval, quien entre 2001 y 2011 logró terminar sus dos mandatos, gobernando con el pragmatismo que le permitió conjugar una reforma agraria con la privatización de empresas estatales deficitarias.
Aunque había cuestionamientos a su gestión, Jovenel Moïse parecía otro presidente de espíritu democrático. Quizá de no haber ocurrido el magnicidio del 2021, Haití no hubiera agravado su condición de estado fallido donde imperan mafias bandoleras.