“Israel no puede sobrevivir si se convierte en paria”. Lo dijo el presidente del Senado de Estados Unidos, Chuck Schumer, quien además acusó a Benjamín Netanyahu de ser “el principal obstáculo para la paz en Gaza” y reclamó “elecciones” que pongan fin al gobierno extremista que encabeza el líder del Likud.
Además de presidir la cámara alta del Congreso norteamericano, el demócrata Chuck Schumer es judío y siempre ha tratado de favorecer a Israel en diferentes circunstancias. Ergo, no puede recibir la acusación que Netanyahu y los lobbies internacionales que le responden al primer ministro, ametrallan sobre quienes critican la ofensiva militar en la Franja de Gaza por las masacres de decenas de miles de civiles palestinos.
También Joe Biden ha criticado recientemente a Netanyahu y su gobierno ultra-religioso y expansionista. A esta altura, es posible decir que nadie ha dañado tanto y tan gravemente la imagen de Israel ante el mundo, como Netanyahu. Nadie levantó una ola de cuestionamientos y repudios tan grande contra el estado judío porque, entre las más de 30 mil muertes civiles, hay muchos miles de niños. Nadie ha sido más funcional a los designios siniestros de Hamas, que el jefe del gobierno de fundamentalistas y ultraderechistas que está produciendo el mayor aislamiento internacional que haya sufrido Israel en toda su historia.
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Hamas está logrando lo que buscó al lanzar el pogromo sanguinario del 7 de octubre: clavar sobre la imagen de Israel un estigma que afecta a todo el judaísmo, además del Estado que fundó Ben Gurión en 1948. Si la ofensiva final sobre Rafah matara a Yahya Sinwar, Mohamef Deif, Marwan Isa y demás líderes máximos de Hamas en Gaza, esa organización terrorista habrá triunfado en su objetivo estratégico: estigmatizar a Israel como estado criminal. Que mueran todos los jerarcas no es un daño superlativo para un grupo que fomentad el martirio en la yihad, o sea morir atacando al enemigo.
Por eso muchos de sus atentados terroristas en bares, restaurantes, ómnibus y otros lugares públicos de Israel, eran perpetrados por atacantes suicidas. Que mueran todos los miembros de una organización terrorista integrada por yihadistas suicidas, no implica una derrota para esa organización, cuya estrategia es obligar al enemigo a masacrar la cantidad suficiente de civiles como para criminalizar la imagen internacional del país y de su etnia mayoritaria.
Netanyahu fue funcional a esa estrategia siniestra de Hamas. En las elites gubernamentales de Europa, Estados Unidos y muchos otros rincones del planeta, las críticas a Israel han tapado los señalamientos a la criminalidad brutal de Hamas. Y de eso el culpable es Netanyahu y el gobierno extremista que encabeza.
El monstruoso ataque lanzado por los terroristas contra civiles inermes, masacrando niños delante de sus padres y padres delante de sus hijos en una orgía de crueldad, quedó velado por la escalofriante estadística de muerte y destrucción bajo las bombas israelíes. Y quedará aún más eclipsado por desastres humanitarios si se produce la hambruna que se está gestando en el interior de la Franja de Gaza.
La ausencia de un plan pos-guerra que implique la retirada israelí para que se establezca un gobierno de la Autoridad Nacional Palestina apoyada militarmente por estados árabes, puede convertir a Gaza en lo que la negligente ocupación norteamericana de Irak provocó en ese país árabe cuando, tras derrocar a Saddam Hussein, el interventor puesto por Washington, Paul Bremer, aplicó el plan del secretario de Defensa Donald Rumsfeld de disolver el ejército local.
Irak se convirtió en un agujero negro que supuró yihadismos de todos los matices del extremismo islámico en Medio Oriente, haciendo correr ríos de sangre hasta la actualidad.
Si un futuro similar le espera a la Franja de Gaza, el daño provocado por Benjamín Netanyahu a Israel, además por cierto del pueblo palestino gazatí, será aún mayor al que ya le provocó.