En materia de conflictos, las palabras suelen ser como los truenos: anuncian la tempestad que sobrevendrá a continuación.
La escalada retórica entre Europa y Rusia parece estar anunciando una guerra europea de dimensiones similares a las dos guerras mundiales que marcaron el siglo 20.
El presidente francés empezó hace semanas a insinuar el envío de tropas occidentales a Ucrania. Otros gobernantes y altos mandos de la OTAN pusieron paños fríos. Pero Emmanuel Macron ha vuelto a la carga planteando que muy posiblemente, en breve, Europa se vea obligada a enviar tropas, porque no puede bajo ningún concepto permitir que Rusia se quede con la victoria militar en Ucrania.
Si eso ocurre, entienden el presidente de Francia y seguramente también el primer ministro británico Rishi Sunak, el canciller alemán Olef Scholz y el presidente de Polonia Donald Tusk, el Kremlin continuará sus guerras expansionistas avanzando sobre el noroeste europeo.
Al alcance de las garras del oso ruso quedará Transnitria, la franja territorial de Moldavia con población rusófona que lleva décadas en rebelión separatista. También es posible que Vladimir Putin concentre fuerzas en Kaliningrado, enclave ruso sobre el Mar Báltico desde el cual podría atacar a Lituania.
¿Se atrevería el régimen ruso a entrar en guerra directa con la OTAN por atacar a uno de sus miembros? Se atrevería a eso y a más si, en la elección norteamericana de noviembre, Donald Trump vence a Joe Biden.
Si regresa a la Casa Blanca, es posible que el magnate neoyorquino saque a los Estados Unidos de la alianza atlántica y lo coloque en la vereda de Rusia. Se entiende mejor con Putin y da prioridad a las disputas con China.
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Por eso los líderes europeos llevan meses intentado acordar la organización de su propio sistema defensivo. Empiezan a visualizar un futuro sin la histórica alianza con los norteamericanos. Por eso es que también se ha comenzado a plantear la urgencia de precipitar la derrota de Putin en Ucrania. Con Trump nuevamente en la Casa Blanca, el Kremlin sentirá que el camino está allanado para nuevas conquistas territoriales a costa de países europeos.
El presidente ruso ya ha dejado de lado tratados importantísimos. El último que sepultó fue el Memorándum de Budapest, por el cual se establecía que todos los arsenales nucleares de la Unión Soviética debían quedar en territorio ruso, acuerdo de Putin violó enviando misiles con ojivas atómicas a Bielorrusia.
Las palabras de Macron suenan cada vez más fuertes y urgentes. Seguramente, no falta mucho para que Alemania envíe a Ucrania sus poderosos misiles de largo alcance Taurus, cuya tecnología demanda ser manejados por oficiales alemanes.
El ex presidente ruso Dmitri Medvedev es la voz con la que Putin hace sus pronunciamientos más escalofriantes. Ahora, el número dos del Consejo de Seguridad Nacional ruso anunció que el único plan de paz que tiene Moscú es la anexión de toda Ucrania y la disolución total del estado ucraniano. O sea que Moscú está dejando de lado la anunciada “liberación de Donestk y Luhansk, cuya población rusófona sufre un genocidio perpetrado por los nazis que gobiernan Ucrania”.
El régimen ruso ya habla directamente lo que siempre fue obvio: su objetivo es anexar la totalidad de Ucrania, a cuyo pueblo nunca reconoció como Nación y a cuyo estado siempre consideró un artificio impuesto por las potencias de Occidente y aceptado por Lenin para debilitar a Rusia.
Putin, en tanto, volvió a decir que si Europa entra en confrontación directa, Moscú la atacara con sus armas nucleares.
Salvo regímenes marginales y lunáticos como el norcoreano, jamás hubo líderes de potencias nucleares que amenazaran tantas veces de manera tan explícita con el uso de sus bombas atómicas. Una escalada retórica que parece la antesala de una guerra en gran escala, de consecuencias impredecibles.