Que la consigna más escuchada en las protestas sea “tenemos hambre” habla de la gravedad de la situación por la que atraviesa Cuba. Que miles de personas hayan comenzado a salir a las calles en manifestaciones espontáneas que rápidamente se extendieron por buena parte de la isla, muestran que el inconformismo con el régimen hoy encabezado por Miguel Díaz Canel, puede más que el miedo que dejó la represión de la anterior ola de protestas, conocida como el 11-J.
En La Habana, entre el 11 y el 17 de julio, decenas de miles de cubanos salieron a las calles a protestar por las graves carencias que padecía el grueso de la población. La represión fue particularmente brutal, porque hubo más agentes encubiertos que uniformados. La policía uniformada detenía gente a gran escala, mientras matones que actúan a modo de los Basij, las fuerzas paramilitares encubiertas de Irán que atacan ferozmente a manifestantes que protestan contra la teocracia chiita.
Los matones del régimen cubano atacaban a modo de cardumen, ataques piraña, apartando a empujones de a uno a manifestantes para molerlo a golpes lejos de la vista de los demás.
Cada día de aquella semana de julio del 2021 se realizaron centenares de detenciones que colmaron las celdas de las comisarias. Fueron más de mil las detenciones, de los cuales tres centenares eran jóvenes, entre los que había muchos menores de edad. Todos fueron sometidos a juicios sumarísimos que no respetaron derechos ni garantías, y establecieron condenas de varios años de prisión.
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El motivo de aquellas protestas aplastadas por la represión que ordenó Díaz Canel fue el aumento abrupto de los precios de los alimentos y medicamentos, además de lo que describían como mala gestión de la pandemia de Covid y de la política sanitaria en general.
Aquellas protestas fueron las más grandes desde el “Maleconazo”, las masivas y turbulentas manifestaciones que sacudieron La Habana en 1994.
En agosto de aquel año, las carencias de todo tipo que se habían agravado tras la disolución de la Unión Soviética porque se cortaron la energía y demás aportes con que Moscú subsidiaba a Cuba, detonaron espontáneas protestas en el malecón (rambla) de la capital cubana.
Como era la primera protesta de esa envergadura, las fuerzas policiales no estaban preparadas para contenerlas con represión, entonces Fidel Castro irrumpió en el malecón y arengó a los leales al régimen a ganar las calles y enfrentar a los manifestantes, a los que consideró instigados desde Washington para desestabilizar el régimen.
Fue la peor de las represiones porque puso a civiles contra civiles, convirtiendo a los privilegiados del sistema en espontáneas fuerzas de choque contra los manifestantes que protestaban. Actuaron como las fuerzas de choque que Mussolini lanzaba contra las manifestaciones contra el régimen fascista.
Ahora, en las protestas que comenzaron en Santiago de Cuba y se contagiaron vertiginosamente por aldeas y ciudades, no se trata sólo de los prolongados cortes diarios de energía eléctrica, sino también del reclamo de libertad y cambio de régimen. Lo que revela que en la conciencia social ya está claro que este régimen no puede brindar energía eléctrica, comida y medicamentos a los ciudadanos, porque su sistema económico no puede producir prácticamente nada.
En rigor, las consignas contra el régimen castrista y por el cambio de sistema se escucharon también en las dos olas de protestas anteriores. La diferencia entre la del año 1994 y la del 2021 fue de casi tres décadas, mientras que entre la anterior y ésta no han pasado siquiera tres años, lo que puede estar mostrando que el efecto de las represiones es cada vez de menor duración.
Falta ver qué forma de represión elije Díaz Canel en esta oportunidad y si el régimen logra, una vez más, prolongar su patética agonía.