Decir “él empezó” es lo que hace un niño cuando lo retan por haber golpeado o insultado a otro niño. Cuando lo dice un presidente o sus voceros, resulta inquietante. No importa quién se desubicó primero. Importa la gravedad de la desubicación y sus consecuencias en la sociedad que ese mandatario preside.
Javier Milei está diciendo y haciendo decir que a la pelea verbal que desembocó en una crisis diplomática con Colombia, la empezó Gustavo Petro al evocar la imagen de Hitler en referencia a unos dichos del entonces candidato a la presidencia de Argentina. El presidente colombiano puede decir, sin salirse de lo cierto, que aquella tremenda referencia que hizo fue en respuesta a la calificación que Milei había hecho de los socialistas, diciendo que “son basura, excremento humano”.
Había estado mal Petro al apoyar la candidatura de Sergio Massa. La injerencia en los asuntos políticos de otro país es uno de los síntomas de la decadencia de las democracias en las últimas décadas. Milei hace lo mismo muy seguido, mientras que calificar de “basura y excremento humano a los socialistas” (incluyendo a los socialdemócratas y también a los centristas, que para el presidente argentino también son “comunistas”) es un exabrupto que revela un extremismo oscuro, inquisidor.
Milei tiene una forma agresiva de descalificar a todos los que no son ultraconservadores, o sea a la inmensa mayoría en el arco político mundial, aunque el fenómeno en crecimiento es el extremismo ideológico, sobre todo en la derecha del espectro.
La violencia política que el presidente argentino dispara con “gatillo fácil” y sin justificación alguna, esta vez generó una crisis diplomática grave con Colombia, un país importantísimo, con democracia consolidada y una de las economías más fuertes de Latinoamérica.
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Milei hizo chocar a la Argentina con Colombia, que es uno de los poquísimos países con el que el intercambio comercial le da balance positivo. Es mucho más lo que Argentina exporta a Colombia que lo que importa de ese país.
¿Con qué derecho el presidente responde con una agresión verbal de grueso calibre, que implica también una acusación gravísima, al jefe de Estado de una democracia cuyo vínculo económico con Argentina es importante y beneficioso para los argentinos?
Ni siquiera se puede alegar que lo hizo porque el gobierno colombiano tomó medidas que afectan intereses de Argentina, o que la gravísima acusación que hizo fue en el marco de una discusión en un foro internacional que fue escalando en agresividad.
Milei atacó a otro presidente sólo porque periodistas extranjeros le preguntaron al respecto. O sea, a propósito de nada.
Tiene lógica atacar a un gobernante extranjero si se trata de dictadores que violan Derechos Humanos, como el venezolano Nicolás Maduro, el cubano Díaz Canel y el nicaragüense Daniel Ortega. También llamar asesino a Vladimir Putin, por eliminar a todos los que denuncian su autoritarismo y corrupción, y por iniciar una guerra atroz invadiendo Ucrania. Pero llamar “asesino terrorista y comunista” al presidente de una democracia como la colombiana, sólo porque dos periodistas de medios extranjeros le preguntaron qué pensaba de él, resulta totalmente inadmisible, más allá de las desubicaciones de Petro o de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el presidente México, al que trató de “ignorante” porque lo había llamado “facho conservador”.
AMLO tiene una política exterior sumamente cuestionable, pero no es comunista sino un nacionalista de centroizquierda, como lo fue el M-19, insurgencia que seguía el ideario socialdemócrata del general colombiano Gustavo Rojas Pinilla.
AMLO militó en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) hasta que se escindió junto con el socialdemócrata Cuauhtémoc Cárdenas para crear el centroizquierdista Partido Revolucionario Democrático (PRD), por el que fue gobernador del Distrito Federal antes de crear un nuevo partido, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), con el que llegó a la presidencia de México.
Con todo lo que se le puede cuestionar a Petro, llamarlo “terrorista asesino y comunista” es una desmesura que entra en la dimensión de la violencia política.
Algunos políticos del conservadurismo duro de Colombia se sumaron a la embestida de Milei, justificando esa gravísima acusación. Pero esos opositores a Petro jamás cuestionaron al ex comandante del M-19 Antonio Navarro Wolff cuando fue ministro de Salud del presidente centrista César Gaviria. Tampoco cuestionaron haber integrado el M-19 a Evert Bustamante, quien terminó siendo dirigente del partido derechista Centro Democrático, y ocupó altos cargos en el gobierno del líder de la derecha colombiana, Álvaro Uribe Vélez.
La prensa internacional jamás se refirió al M-19 como organización terrorista, ni calificó de ese modo a Gustavo Petro. La prensa internacional nunca llamó “asesino comunista” al actual presidente colombiano, ni a los otros ex miembros del M-19 que siguieron en política. Pero sí califica de “ultraderechista” a Milei. Ese es un problema objetivo del presidente y de la Argentina.
Plantear esto no implica defender al M-19 y a Gustavo Petro. Implica describir una realidad como la describen las miradas guiadas por la moderación democrática.
Milei es el primer mandatario de una democracia que acusa al presidente de otra democracia de ser un “terrorista asesino”. Una acusación gravísima. Ningún otro presidente se había referido en esos términos a Gustavo Petro.
Con la misma superficialidad argumental, Javier Milei podría llamar “terrorista asesino” al ex presidente uruguayo José Mujica, a la ex presidenta brasileña Dilma Rousseff, al ex presidente salvadoreño Sánchez Ceren y a muchos otros.
A simple vista, una desmesura inaceptable en el presidente de una democracia, como todavía lo es la Argentina.