Por suerte para el país, los veteranos y los caídos honran esa página trágica de la historia. Enfrentaron a un ejército moderno, preparado y poderoso. Ellos y los oficiales que estuvieron en el campo de batalla merecen ser honrados por siempre. Pero lo que se evoca el 2 de abril no es un orgullo nacional. Al contrario, evoca la tragedia de una sociedad que le llenó la Plaza de Mayo a un dictador que improvisó una gesta en un terreno caro para los sentimientos nacionales, por tener que ver con un territorio usurpado por una potencia de ultramar.
Fue trágico que, en el balcón de la Casa Rosada, Leopoldo Galtieri haya sido ovacionado por una inmensa multitud. Más grave aún que el país que cantó los goles mundialistas en 1978, ya que por entonces aún no estaban a la vista de la sociedad los crímenes masivos de la dictadura. En 1982 ya estaba claro que, con el pretexto de combatir organizaciones armadas que cometían asesinatos, atentados y secuestros, miles de personas fueron apresadas ilegalmente, torturadas en mazmorras y asesinadas, brutales crímenes agravados por la crueldad de hacer desaparecer sus cuerpos.
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Por haber ido a pelear sin preparación ni armamentos adecuados, los combatientes que murieron en los campos de batalla y los que sobrevivieron merecen ser tratados como héroes: Ellos redimen al país de sus trágicas desventuras y derivas. Pero el discurso presidencial debió focalizar en ellos la reivindicación.
Reivindicar y respetar a las Fuerzas Armadas es necesario pero no es el 2 de abril la mejor fecha para hacerlo. Aquel día estaban en manos de la camarilla criminal y negligente que escribió con sangre un capítulo trágico de la historia. Y entre sus víctimas están los heroicos soldados y oficiales que combatieron con coraje en las islas.