Cuando Benny Gantz y el ministro de Defensa Yoav Gallant dicen que Netanyahu no tiene un plan para el día después de la guerra en Gaza, en realidad están diciendo algo aún más grave: el primer ministro y sus socios ultra-religiosos en el gobierno tienen, como plan para la Franja de Gaza, la ocupación permanente de ese territorio y su re-colonización, volviendo al tiempo anterior al 2005, el año en el que el entonces primer ministro, Ariel Sharon, sacó a las fuerzas militares y a los colonos judíos de esas tierras.
Gantz, que es el líder opositor que se sumó al gabinete de guerra tras el pogromo sanguinario perpetrado por Hamás el pasado 8 de octubre dando origen a este atroz conflicto, igual que el ministro de Defensa Gallant, disienten con el líder del Likud cuando equipara a Hamás con Fatah, el partido del presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Cisjordania. Fatah es un partido secular de perfil político nasserista, que llevó adelante con Israel las negociaciones secretas en Oslo y, al alcanzar los históricos acuerdos mediados por Bill Clinton, reconoció al Estado judío.
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Hamás es una organización ultra-islamista cuyos actos terroristas han matado a miles de israelíes, rechaza reconocer al Estado de Israel y pregona la limpieza étnica de judíos desde el río Jordán hasta el Mar Mediterráneo. Tampoco reconoce a la OLP y rechaza su proyecto de un Estado palestino laico junto a Israel, porque su objetivo es un Estado religioso en todo el territorio palestino que abarcó el Protectorado Británico hasta 1948.
Decir que Hamás y Fatah son lo mismo al rechazar que “Gaza se convierta en Hamastán o en Fatahstán”, es una estratagema para justificar una nueva ocupación y colonización de esa franja de territorio sobre la costa del Mediterráneo.
La idea que pretende implementar Netanyahu ha sido completada por Itamar Ben-Gvir, el supremacista judío que está al frente del Ministerio de Seguridad Nacional. Multiplicando rechazos a Israel en el mundo, Ben-Gvir propone fomentar la emigración de los palestinos gazatíes, para repoblar la Franja exclusivamente con israelíes.
Yoav Gallant y Benny Gantz ven claramente que buena parte del mundo aprobaría que Hamás deje el poder y que el gobierno de la Franja de Gaza quede en manos de la ANP y estados árabes, que deben encargarse también de la reconstrucción y la seguridad en ese territorio. A contramano de Netanyahu y sus ministros fundamentalistas y supremacistas, hay consenso en que Israel debe retirar sus tropas tras el fin de esta guerra y dejar el poder en manos de palestinos que no pertenezcan a Hamas, compartiendo la administración del territorio con países árabes.
Además de su plan para Gaza, la política de alentar la ocupación de tierras en Cisjordania con agresivos colonos, apunta a poner todo ese territorio dentro del mapa de Israel. Eso quieren los partidos fundamentalistas que integran el gobierno de Netanyahu: recrear el “eretz Israel” con Samaria y Judea.
Hasta ahora, el resultado evidente de las decisiones de Netanyahu y sus socios ultra-religiosos en la Franja de Gaza es el aislamiento creciente de Israel en el mundo. Se pueden cuestionar muchos aspectos del pedido del fiscal de la Corte Penal Internacional a los jueces de ese foro, al que las potencias occidentales apoyaron cuando libró la orden de captura contra Vladimir Putin por sus crímenes en Ucrania. Lo que no se puede negar es que el reclamo de un pedido de captura a Netanyahu, su ministro de Defensa y la cúpula de Hamás, es otra contundente muestra del daño que el gobierno ultraconservador le está causando a Israel en el escenario internacional.
La otra señal de estos días es que España, Irlanda y Noruega se sumen al bloque mayoritario de países que reconocen al Estado palestino. Se puede estar o no de acuerdo, lo que no se puede es negar que se trata de otra consecuencia de las políticas de Netanyahu.