Que en una reunión con obispos pidiera que no se permita el ingreso de homosexuales al seminario, donde, según dijo, ya hay demasiada “frociaggine” (mariconería), muestra que el Papa Francisco sigue atrapado en sus marchas y contramarchas respecto a la homosexualidad.
Su homofobia había quedado expuesta crudamente durante el debate por el matrimonio igualitario en la Argentina. El por entonces cardenal Jorge Bergoglio lanzó contra esa iniciativa una descripción de tintes medievales, al decir que casar a personas del mismo sexo era “un plan del demonio”.
Posteriormente, Bergoglio fue girando hacia una posición más tolerante, pero aún muy limitada y, en el fondo, discriminatoria. Fue cuando se pronunció a favor de la “unión civil” entre personas del mismo sexo. Parecía un gran paso, pero era en realidad una alternativa destinada a impedir el matrimonio igualitario.
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Las religiones siempre vieron la homosexualidad como una depravación. Jamás habían considerado el amor en la pareja como factor principal en el vínculo matrimonial. Para las religiones, la razón del matrimonio es la procreación y dos personas del mismo sexo no pueden procrear.
En los últimos siglos, el amor pasó a ser la razón fundamental del vínculo. Frente a la homosexualidad, primero la tolerancia se impuso sobre el desprecio y la discriminación, y finalmente se impuso la aceptación de la diversidad sexual.
La nueva realidad permitió ver que la homosexualidad no sólo implica tener relaciones sexuales con personas del mismo género. Implica, fundamentalmente, enamorarse de personas del mismo sexo.
El Papa que dijo “quién soy yo para juzgarlos” y aceptó bendecir parejas gay, había avanzado notablemente del cardenal que en Buenos Aires hablaba del “plan del demonio”. Por eso a muchos sorprendió enterarse que habló de maricones y mariconeadas en una reunión con obispos.
En rigor lo sustancial es que se expresó en esos términos exigiendo que se impida el ingreso de homosexuales a los seminarios. Las palabras de entrecasa que usó tienen que ver con que hablaba en privado y quizá buscaba caer bien al ala conservadora de la curia romana, abocada desde hace años a demoler su pontificado.
Que esas palabras dichas en privado hayan tomado estado público, prueba que alguien lo traicionó y que, tras los muros del Vaticano, Francisco sólo puede confiar en muy pocos.