Joe Biden sería la mejor carta demócrata porque tiene el respeto de todas las facciones y acerca al ala más izquierdista con la más centrista. También porque fue un excelente vicepresidente de Obama y porque su gestión presidencial tiene buenos resultados. La trayectoria y los resultados de su actual gestión presidencial lo confirman como una gran figura del Partido Demócrata. Pero no es el mejor candidato posible porque en el debate mostró precisamente lo que debía conjurar: imagen de decrepitud.
Las señales de senilidad brotaron a borbotones en tartamudeos, ideas inconexas, letárgicas lagunas y balbuceos incomprensibles. Donald Trump no dijo nada inteligente ni serio ni cierto. Sólo posó como siempre, con seño fruncido y arrogancia bizarra, mientras lanzaba bravuconadas en las que sólo creen sus fanáticos. No obstante, salió triunfante del debate porque su contrincante se derrotó a sí mismo.
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Los millones de demócratas que miraban estupefactos el patético naufragio de su candidato, pensaron en los posibles socorristas. Si logran convencer al actual mandatario que renuncie a su postulación, consolidada con su sólida victoria en las primarias, la Convención Demócrata que deliberará en agosto tiene muchas cartas fuertes para complicarle a Trump la reconquista de la Casa Blanca.
La gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer; el gobernador de California Gavin Newsom; el filántropo multimillonario que gobierna Illinois, JB Pritzker, y el eficaz secretario de Transporte Pete Buttigieg, entre otros.
Pero seguramente muchos en la vereda progresista de los Estados Unidos pensaron en dos mujeres con excelente imagen y los apellidos que recrearían la fórmula que triunfó dos veces consecutivas: Michelle Obama y Jill Biden.
A la hora de pensar qué conejo sacar de la galera para no devolver la Casa Blanca al magnate ultraconservador, los demócratas podrían encontrar una fórmula potente en dos mujeres, la inteligente y bella ex primera dama Michelle Obama y la elegante, aguerrida y leal primera dama actual, Jill Biden. Juntas pondrían en la boleta de presidente y vice los nombres que, juntos, se impusieron en dos elecciones consecutivas: Obama y Biden. Mucho más que “esposas de”, son poseedoras de capital propio en materia de imagen y capacidad.
A eso se suma que, de llegar a la presidencia y la vicepresidencia, ambas tendrían en sus propios hogares a los mejores asesores sobre cómo desempeñar esos cargos: nada menos que Barak Obama y Joe Biden. En esa posición el actual mandatario ayudaría a retener votos que, de continuar como candidato, se perderían.
Michelle Obama - Jill Biden sería mejor fórmula que la que está en campaña ahora, integrada por el actual presidente y Kamala Harris, su vice. Después del naufragio de Biden en el debate, varias figuras podrían ser más potentes como candidatos presidenciales demócratas.
En rigor, aún senil y crepuscular, el presidente demócrata parece mejor opción en términos morales, políticos y sociales que el magnate neoyorquino. Pero en el mercado electoral la imagen puede generar sensación de seguridad o su reverso: inseguridad y miedo.
Por eso las usinas trumpistas, con la ayuda de los expertos rusos con que Vladimir Putin interfiere en procesos electorales occidentales, llevan tiempo recortando y editando escenas en las que Biden aparece perdido o desorientado. La mayoría de esas escenas con las que Trump y sus aliados rusos inundan las redes, son fabricadas. Pero consiguieron sembrar la duda que el candidato demócrata debía despejar.
Biden fracasó estrepitosamente en revertir la imagen de senilidad no sólo en el debate. Tras una primera aparición pública en la que se mostró lúcido y enérgico, el presidente apareció en un escenario en el que la protagonista era su esposa esforzándose por revertir la calamitosa imagen que él dejó en el debate. Biden estaba detrás, posando en ella una mirada extraviada, con la boca entreabierta como a punto de babear.
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La senilidad de Biden no es lineal y continua. Se alterna con la lucidez hasta ahora predominante. Esa lucidez, esporádicamente interrumpida por lapsus mentales que lo dejan tildado, va perdiendo estabilidad.
De acá en más, las lagunas serán más continuas y prolongadas, hasta que la lucidez pase a ser lo esporádico y breve. Por eso lo imperdonable de Joe Biden no sería que se retire, sino que Trump vuelva al poder por haberse empecinado en seguir en competencia.
Lo mejor para el notable capítulo de Joe Biden en la historia es apartarse dignamente, evitando ser derrotado en las urnas por el ególatra conservador al que él sacó de la Casa Blanca. Y transitar la etapa crepuscular sin derrotas ni lástimas ni vergüenzas ajenas.