Es difícil imaginar que, si la elección del domingo es limpia, el régimen que encabeza Nicolás Maduro puede imponerse. En realidad, con lo hecho desde el inicio del proceso electoral hasta ahora, la elección ya no puede ser limpia debido a la cadena de proscripciones y trampas de todo tipo que el régimen fue cometiendo para imposibilitar una victoria de la disidencia.
Por caso, la burda cantidad de veces que aparece Maduro en las papeletas atiborradas de candidatos falsamente opositores que reducen hasta el infinito la visualidad del verdadero oponente y que de los cinco millones de exiliados con edad de sufragar desde el extranjero, las múltiples trabas que encontraron en las embajadas sólo hayan permitido inscribirse 56 mil, lo que implica resaltarle a la disidencia casi cinco millones de votos.
A pesar de eso, y de la proscripción de María Corina Machado como candidata, así como también de su primera candidata sustituta, la escritora Corina Yaris, de la cual el régimen temió porque aparecería el nombre Corina en las boletas, si se permite el domingo que los venezolanos voten y si no se hace fraude durante la votación o en el escrutinio, el seguro ganador según todas encuestas medianamente creíbles sería Edmundo González Urrutia.
El problema es que también es difícil imaginar a Maduro aceptando una derrota. Salvo que haya existido una negociación secreta que garantiza impunidad al régimen, a la elite militar que goza de riquezas y privilegios, a la legión de burócratas que también forman parte de una nomenclatura privilegiada, así como también a los miembros de llamada “boliburguesía” enriquecida hasta el hartazgo a la sombra de la calamitosa dictadura que empobreció dramáticamente a la sociedad y llevó a la bancarrota al Estado, parece imposible que el calamitoso régimen residual chavista pueda obtener más votos que el candidato de la disidencia auténtica.
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González Urrutia era un desconocido total para los venezolanos y la potente María Corina Machado lo convirtió en una cara familiar, haciendo ver a millones de ciudadanos que es la carta que debe depositarse en las urnas si se quiere poner fin a esta tragedia política, económica y social que lleva décadas.
Es difícil imaginar a las autoridades electorales haciendo un escrutinio limpio y anunciando a renglón seguido la derrota de Maduro. Son muchos y demasiado poderosos los que perderían negocios multimillonarios. Desde las mafias extranjeras que explotan ilegalmente el arco minero de la Cuenca del Orinoco, hasta las organizaciones narcotraficantes y las potencias que, como Rusia, Irán, China y Turquía, además de Cuba, hacen negociados de todo tipo, no aceptarán que Maduro acuerde una retirada con impunidad del poder que les garantiza sus riquezas. Una telaraña de negociados y vínculos clandestinos ata el régimen chavista al poder.
Sin embargo, también es imposible descartar una sorpresa: que como hizo Daniel Ortega al perder inesperadamente la elección presidencial de 1990 con Violeta Chamorro, el impresentable autócrata que hasta ahora se sostuvo mediante persecución política, estropicios institucionales y fraudes, termine aceptando el veredicto de las urnas aunque le resulte adverso.
El domingo, hablan las urnas venezolanas, si es que Maduro las deja.