Con Córdoba incendiándose, los discursos sonaron desconectados de la realidad, o pronunciados por personas que le dan la espalda a la realidad si esta no les da la razón.
En la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Javier Milei y su canciller, Diana Mondino, centraron sus discursos en la justificación del rechazo a la Agenda del Futuro, en la que lo central es la lucha contra el cambio climático.
A contramano de todas las democracias liberales del mundo, que son las potencias desarrolladas de Occidente, se opuso a un compromiso que no implica aceptar imposiciones y tener que rendir cuentas sobre el cumplimiento de cada uno del medio centenar de artículos que contiene el Pacto del Futuro. En la vereda en la que Milei ha puesto al país están Venezuela, Nicaragua, Cuba, Rusia, Irán, Corea del Norte, China, Kazajstán y otros países a los que nadie llamaría democracias.
La votación desmintió las pretensiones de los ampulosos discursos argentinos. Por “defender la libertad” votamos con un puñado de dictaduras y autocracias.
Argentina está saliendo de una sequía histórica y Córdoba está incendiándose ante la inutilidad y la indiferencia de los gobiernos, mientras las autoridades nacionales exhiben con desopilante orgullo una patología ideológica tan delirante y negativa como el negacionismo. Una variante del terraplanismo, pero mucho más peligrosa que creer que la tierra es plana.
Canadá, Estados Unidos, Europa y democracias desarrolladas y en vías de desarrollo de otros puntos del planeta, junto con varias decenas de países, votaron por ese compromiso mundial de lucha contra el cambio climático y por la construcción de sociedades más democráticas, equitativas y respetuosas de todas las diversidades.
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Con el orgullo de quien declara la independencia, la canciller Diana Mondino y luego el presidente Javier Milei proclamaron la “disociación” del país con esa agenda de racionalidad ambiental, social y política, que no le impone nada a ningún país, sino que establece un compromiso con esas necesidades, existencial en el caso de la lucha para detener y, si es posible, revertir el calentamiento global.
El gobierno que se pretende la contracara absoluta de los estatismos y de las dictaduras izquierdistas, quedó parado en la vereda en la que, votando en contra del Pacto del Futuro o absteniéndose, están Venezuela, Nicaragua, Rusia, Bielorrusia, Corea del Norte, Cuba, Sudán, Siria, Kazajstán, China y otros países con regímenes oscurantistas o autocracias.
La escena es absurda, pero vista desde Córdoba es mucho más grave, porque las sierras están ardiendo y el fuego ya llegó hasta las puertas de la ciudad capital, rodeando La Calera.
Más allá de las críticas que le toque al Gobierno provincial, está claro que el Gobierno nacional dista de estar actuando a la medida de la urgencia. Su presidente quitó la financiación de organismos abocados a la lucha contra los incendios forestales. Igual que en su momento el presidente Bolsonaro cuando ardía la Amazonia y él paralizaba al Estado central de Brasil en lugar de impulsar las operaciones para detener los incendios en el pulmón del planeta.
Igual que Bolsonaro y que Trump, Javier Milei es negacionista del cambio climático. Y además promueve la disolución del Estado y la libertad absoluta para que las personas y las empresas busquen negocios y ganancias. Pues bien, los incendios en Córdoba son la consecuencia de una conjunción entre el Estado ausente, la codicia desenfrenada de empresarios que quieren crear, a como sea, espacios para emprendimientos inmobiliarios o ampliación de zonas productivas, y las crecientes sequías con altas temperaturas que está produciendo el cambio climático.
Las democracias liberales del norte occidental y de América Latina aprobaron el Pacto del Futuro, sin estar en contra de la propiedad privada, de la libre empresa y de la economía de mercado. Es más, esas potencias son el ejemplo más exitoso de economía abierta y de sociedad abierta. Pero el gobierno de Javier Milei, diciendo poner a la Argentina en el mundo, puso el país en la vereda de las autocracias, las dictaduras y los estatismos más recalcitrantes.