El presidente de México se despide del cargo generando una crisis en la relación de su país con España. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dejó sin invitar al rey Felipe VI a la asunción de Claudia Sheinbaum, porque el monarca no le respondió una carta en la que le pedía que se disculpe con México por la sangre que hicieron correr los conquistadores en su país.
El gobierno que preside el socialista Pedro Sánchez cerró filas con el rey, rechazando la invitación recibida por las autoridades gubernamentales españolas.
¿Quién tiene razón? ¿AMLO al reclamar a Felipe VI un pedido de perdón por los crímenes de Hernán Cortés? ¿o el actual rey de España al no responder siquiera tal reclamo?
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En rigor, no es a México con quien debería disculparse la corona española. México no existía en los tiempos de la conquista. Más aún, México es consecuencia de la llegada de esos europeos a la América del Norte. Claudia Sheinbaum será la primera gobernante mexicana que no desciende de españoles. Su madre es hija de judíos sefaradíes búlgaros y su padre es hijo de judíos ashkenazíes de Lituania.
La casi totalidad de quienes ejercieron ese cargo son descendientes de españoles, con alguna excepción como el presidente decimonónico José Ignacio Comonfort de los Ríos, cuya sangre española materna se mezcló con la sangre irlandesa de su familia paterna.
También Andrés Manuel López Obrador es descendiente de españoles. No hay México sin España en su historia.
Por cierto, esto no implica que el reino ibérico no tenga responsabilidad en los crímenes brutales cometidos por los conquistadores, sino simplemente señalar que esos crímenes fueron cometidos contra los aztecas, mayas, zapotecos, mixtecos, tarahumaras y decenas más de etnias originarias, no contra los mexicanos, aunque la Constitución haya se haya asumido la herencia de aquellos pueblos y admita a sus descendientes como parte integrante de la nación multicultural.
Esta es una lectura de la realidad, que puede tener otras lecturas contrapuestas. El rey español puede alegar que, siguiendo el criterio de AMLO, Italia debería disculparse por la sangre que hizo correr el Imperio Romano, Irán por los del Imperio Persa, Francia por ocupar España entre otros países mediante las guerras napoleónicas, y Turquía tendría que pedir perdón a los armenios y a los actuales países que están en los Balcanes, Oriente Medio y el Magreb, por los exterminios y limpiezas étnicas perpetradas durante los siglos de dominación otomana.
Esos casos no son equivalentes al perdón que pidió Alemania a las víctimas de la maquinaria expansionista y exterminadora nazi, y el “profundo remordimiento” que expresó el Japón democrático por los daños que causó el imperio nipón a las naciones coreana, manchuriana, filipina y otras a las que sometió en la primer mitad del siglo 20.
Hay otros ejemplos de históricos pedidos de disculpas, pero referidos a acontecimientos más cercanos en el tiempo, y no en tiempos remotos. Pero decir esto no implica señalar que Felipe VI actuó correctamente al ni siquiera responder el pedido de AMLO.
El presidente mexicano reclamó esa disculpa porque es parte de su postura política y de su interpretación del nacionalismo. Pero el monarca español bien pudo responder la carta, no disculpándose ante un Estado que no existía durante los acontecimientos en cuestión, sino ante la historia y ante los pueblos nativos de toda Latinoamérica donde la conquista española cometió innumerables crímenes y causó muchos estragos.
Felipe VI fue poco inteligente al perder una oportunidad de mostrar sensibilidad histórica y empatía hacia los descendientes de los pueblos originarios. Su silencio fue hosco. La demagogia de AMLO le daba una oportunidad para sumar aceptación a una monarquía dañada por su padre, Juan Carlos de Borbón.
En los mismos días que estallaba la crisis en la relación con México, a España la sacudía la aparición de fotos del rey emérito besándose acaloradamente con una vedette cuando todavía era rey y se suponía que era el marido de la reina Sofía y vivía con ella.
Las infidelidades, frivolidades y negocios turbios del rey emérito minan la legitimidad de la Casa Real, porque ponen a España a recordar que Juan Carlos recibió el trono del dictador Francisco Franco, quien dejó de lado al que seguía en la cadena sucesoria de Alfonso XIII: su hijo Juan de Borbón y Battemberg, el padre de Juan Carlos y abuelo de Felipe VI.
En el momento obligado para un gesto inteligente y positivo del actual monarca español, Felipe VI no lo tuvo.