Si los enemigos de Israel depusieran sus armas la consecuencia sería, automáticamente, la paz.
En cambio, si Israel depusiera sus armas, acto seguido dejaría de existir Israel. Desactivar su sofisticado poderío militar implicaría su aniquilación inmediata. Esta es la certeza fundamental en torno a la cual gira el enredado conflicto de Medio Oriente. Con la distinción entre qué pasaría si una u otra parte baja las armas estoy parafraseando un discurso atribuido a la exprimera ministro israelí Golda Meir que, décadas más tarde, reversionó en 2006 en el parlamento israelí el hoy jefe de gobierno Netanyahu.
Y algunos apuntes más apropiados en este 7 de octubre, aniversario de la matanza de Hamás que inició el actual ciclo de violencia. Israel no tenía otra opción a las acciones militares que hoy lleva adelante, con un profesionalismo y una precisión inéditos. Debía castigar a los ejecutores de la matanza y prevenir que ataques así se repitan, como abiertamente anuncian querer hacer sus enemigos.
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La culpa de las terribles muertes de inocentes que se derivan de esas acciones militares en los siete frentes desde los cuales la sociedad israelí, la única democracia del medio oriente, es atacada, hay que atribuírsela a los enemigos de Israel, que usan a sus poblaciones para esconder sus armas y, llegado el caso, alimentan con esas víctimas que sacrifican, una fenomenal campaña de demonización de Israel que encuentra en el mundo libre a muchos idiotas útiles.
Y a propósito de esto último, la crítica a las acciones militares israelíes por parte de líderes y comentaristas occidentales está basada generalmente en la desinformación. Quienes impugnan a Israel no pueden nombrar ni un sólo ejemplo histórico de un país que lleve adelante guerras tomando los cuidados para evitar víctimas innecesarias que toma Israel. De hecho, si Israel no pusiera el empeño que pone en esos cuidados, esta guerra hubiese terminado rápidamente, en pocos días. No reconocerlo es una muestra de ignorancia, o quizás, un acto de cobardía. Comprensible, dado que los enemigos de Israel son, literalmente, terroríficos.