Como una persona “aburrida y sin personalidad”, definió Donald Trump a Bob Woodward. También lo calificó de “lento, aletargado e incompetente”. Lo que no hizo fue refutar de manera creíble lo que el ya legendario periodista de The Washington Post escribió sobre él en “War”, su último libro. Y lo que revela en esas páginas es, entre otras cosas, que el magnate neoyorquino siguió teniendo contactos directos frecuentes con Vladimir Putin cuando ya no era presidente de Estados Unidos.
Si eso es cierto, se confirmaría lo que durante la primera campaña de Trump para llegar a la Casa Blanca reveló Christopher Steele. Ese ex espía del aparato de inteligencia exterior británica, el MI-6, explicó en un extenso dossier que lo que descubrió con sus investigaciones realizadas en Rusia es que el millonario conservador era susceptible de ser manipulado y chantajeado por el jefe del Kremlin, en virtud de las actividades empresariales y también las actividades íntimas que había mantenido en Moscú.
Dos elementos parecieron avalar el resultado de las investigaciones de Steele: las repetidas loas que Trump hizo del líder ruso en las primarias republicanas así como también en la campaña que lo llevó a la presidencia, y la ayuda que Putin dio a ese candidato republicano atacando con sus hackers la campaña de la demócrata Hillary Clinton.
La admiración profesada hacia el líder ruso no es el elemento más fuerte porque, aunque estuviese chantajeado por Putin, lo mismo es evidente que se identifica con su concepción del poder y con su conservadurismo extremo. Mientras que la injerencia rusa para destruir la campaña de Hillary Clinton para que Trump llegue al Despacho Oval muestra el interés directo del jefe del Kremlin, y ese interés podría responder a los instrumentos que tiene para controlarlo y hacerlo actuar según los intereses geopolíticos de Rusia.
Eso es precisamente lo que Trump hizo en varios frentes: acciones funcionales a los planes de Vladimir Putin.
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Por cierto, los voceros del presidente ruso también negaron veracidad a lo que afirma Bob Woodward. Pero uno es el líder que juraba no tener intención de invadir Ucrania y negó responsabilidad en todos y cada uno de los asesinatos que eliminaron a sus principales denunciantes, críticos y enemigos, mientras que el otro es el periodista cuya investigación del caso Watergate generó la renuncia de Nixon y cuenta con una larga lista de investigaciones periodísticas que certifican su seriedad y profesionalismo.
Ese periodista de The Washington Post dice que una fuente muy cercana a Trump que ha vivido la intimidad de Mar-a-Lago, la fastuosa residencia el magnate en Palm Beach, le reveló con detalles y elementos que le otorgan veracidad a sus palabras, que Trump habló con Putin al menos en seis o siete oportunidades después de dejar la presidencia, y que también le envió pruebas de covid para uso personal del líder ruso.
Que Trump haya estado en contacto con Putin tras concluir su presidencia y lo haya mantenido en secreto, no constituye un delito, pero sí una actitud oscura. Y a partir de la invasión a Ucrania, cuando Rusia y los Estados Unidos pasaron a estar en veredas enfrentadas, pudo ingresar en la categoría de delito, por tratarse de un ex presidente y de un líder enemigo. Además de un dato que confirmaría las revelaciones del espía británico que descubrió el vínculo oculto que permitiría a Putin tener control sobre Trump.
¿Impactará esta revelación del libro “War” sobre el electorado del millonario conservador?
Seguramente, el grueso de ese electorado preferirá creer que miente o que se equivoca Bob Woodward, aunque sea una leyenda viviente del periodismo norteamericano y pueda exhibir una carrera profesional repleta de investigaciones rigurosas y reveladoras, como la del caso Watergate.