El enfrentamiento entre Evo Morales y Luis Arce está ensombreciendo la izquierda boliviana y también impacta negativamente sobre las dirigencias aliadas en particular al líder cocalero que presidió el país del Altiplano.
Mientras los funcionarios que responden al ala del Movimiento Al Socialismo (MAS) que el controla intentan promover el procesamiento del presidente actual con denuncias de supuestos acosos sexuales, el ex presidente se recluye en su feudo de El Chapare para resistir contra la orden de arresto dictada por una Fiscalía en su contra. O sea, además de intentar derrocar al presidente Arce, el ex presidente Morales está en rebelión contra la Justicia de su país.
Ese referente de la izquierda indigenista fue un potente símbolo del auge de gobiernos populistas en toda la región, pero hoy lo opaca la guerra personal contra su camarada en el MAS y ex ministro de Economía de su gobierno, que hoy ocupa la presidencia de Bolivia.
Por cierto, tampoco a Luis Arce lo beneficia está lucha inescrupulosa y descarnada por el poder que está librando con su ex jefe en el partido MAS y en el Estado. Su ahora archienemigo está dañando parte de la economía con los piquetes con que sus seguidores cortan rutas claves en el país. De todos modos, en materia de imagen el derrumbe más llamativo es el de Evo Morales.
La razón es que le ha quitado a la izquierda el argumento que siempre usó para demonizar al centrismo y a la derecha dura con base en Santa Cruz de la Sierra: acusarlos de golpistas y de obstruccionismo a la acción gubernamental.
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Hoy es una facción de la izquierda la que está debilitando la democracia y la economía en Bolivia para derribar al gobierno de otra facción de la izquierda. No le faltan flancos débiles a la gestión del presidente Arce, pero el accionar del ex mandatario para monopolizar el control del MAS, imponer su candidatura presidencial a pesar del impedimento constitucional y evitar sentarse en el banquillo de los acusados por las imputaciones que se le hacen de tener sexo con menores de edad, implican lisa y llanamente el derribo de su estatua.
Ese líder con el que gustaba mostrarse Cristina Kirchner y la dirigencia kirchnerista, además de Lula da Silva, Hugo Chávez y Rafael Correa, hoy es sospechado de haber recurrido a la trata y a comprar padres con cargos públicos para que le entreguen a sus hijas. Y en esta guerra está mostrando otras miserias personales.
Los dirigentes campesinos alineados con Evo Morales que están convulsionando el país con sus piquetes y protestas, exigen para sentarse a dialogar al gobierno de Arce abrogar el decreto que impone una pausa ambiental indefinida, lo que impide las quemas de bosques y montes para extender áreas de cultivo. O sea que Evo Morales está en la misma vereda desde la cual el ultraderechista ex presidente brasileño Jair Bolsonaro promovía los incendios en los bosques amazónicos.
Eso no es lo único que lo vincula a las peores prácticas de los poderes fácticos: las acciones de fuerza de su movimiento también le exigen al presidente Luis Arce que permita su candidatura presidencial en el 2025, violentando la ley vigente, y que obligue a la Justicia a levantar los procesos judiciales en su contra por las denuncias de trata, violación y estupro.
¿Existe un derrumbe más calamitoso que el de la imagen del líder cocalero que presidió largos años un gobierno exitoso en muchos aspectos?
Por estos días también se opaca la imagen de Lula da Silva, quien aún “espera” en silencio que Nicolás Maduro muestre las actas de la elección que destruyó para continuar en el poder a pesar de haber sido abrumadoramente derrotado. Y en el medio, el derrumbe también patético de Alberto Fernández, el presidente que más defendió a Evo y a Lula cuando estaban en graves problemas: Alberto Fernández.
Para el kirchnerismo y el correísmo, que rechazan los procesos por corrupción contra Cristina Kirchner y el ecuatoriano Rafael Correa, aduciendo que ambos sufren lawfare (guerra jurídica) porque la derecha siempre recurre a ese instrumento contra los líderes de izquierda y sus gobiernos “progresistas”, el enfrentamiento entre Evo Morales y Luis Arce es un problema grave, ya que ambos están recurriendo al lawfare en su afán por destruirse
La denuncia contra Evo Morales ya existía pero dormía silenciada en tribunales, hasta que el ministro de Justicia del gobierno de Arce la desempolvó cuando el ex presidente y su movimiento campesino junto al ala del MAS que le es leal, embistieron contra el actual presidente para derrocarlo. Y cuando la Justicia activó los procesos contra el líder cocalero por trata y estupro, incluso una presunta violación, Evo Morales movió sus influencias en los aparatos judicial y legislativo para que Luis Arce sea acusado de acoso sexual.
De ese modo, los dos líderes de la izquierda boliviana recurren abiertamente a lo que ellos y los demás gobernantes latinoamericanos de esa vereda siempre denunciaron el lawfare. Además, prueba que ese instrumento no es utilizado exclusivamente por las derechas contra las izquierdas.
En rigor, ya existían muchas pruebas en América Latina, donde varios presidentes derechistas fueron sacados del poder y encarcelados tras ser procesados por casos de corrupción.
En el lawfare a dos puntas que está tensionando la política en Bolivia, el caso menos creíble es la acusación contra Arce, porque no hay antecedentes o claras señales previas de que se trate de un acosador sexual. En cambio, la sospecha de que Evo Morales tiene adicción a las relaciones sexuales con menores viene de lejos y hay videos en el que parecen mostrar a dirigentes abocados a la trata acercando adolescentes al ex presidente.
De ser así, lo cuestionable no es que se haya activado una denuncia contra Evo Morales, sino que esa y otras denuncias vinculadas al estupro, la trata y también la violación hayan estado durmiendo en los tribunales.