Lleva un año con viento a favor de Vladimir Putin y los próximos meses podrían serles aún más favorables. Aunque el ritmo de su avance es mucho menor de lo que la asimetría con el ejército ucraniano debiera permitirle, en el escenario de la guerra es el ejército invasor el que avanza. Y eso fue posible desde que los representantes y los senadores trumpistas empezaron a bloquear en el Congreso de los Estados Unidos el suministro de armas y municiones al país invadido por Rusia.
Como si eso fuera poco, en enero regresa a la Casa Blanca Donald Trump, con alta probabilidad de cumplir su promesa de cortar de cuajo las ayudas económicas y militares a Ucrania. Eso podría desmoronar la resistencia que aún opone el ejército ucraniano a las fuerzas rusas, reforzadas con créditos chinos, con misiles y drones iraníes y con armas, municiones y soldados norcoreanos.
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Para el autor de esta guerra catastrófica en pérdidas materiales y humanas, la posibilidad de la victoria militar está más cerca que nunca. Salvo que Trump se de vuelta como una media y sorprenda a todos intentando frenar al autócrata cuyo modelo de liderazgo admira, Putin entrará al Olimpo de Iván IV Vasilievich, Pedro el Grande y Catalina II, al haber acrecentado el territorio de Rusia a costa de Ucrania. Pero el triunfo del jefe del Kremlin, en caso de que logre concretarlo, tendrá manchas y opacidades.
Para poder vencer a un ejército decenas de veces más pequeño que el ejército ruso, Putin debió pedir y obtener ayudas militares de estados que carecen de respeto internacional uniforme: Corea del Norte, una potencia militar gobernada por un régimen totalitario al que el grueso de los países del mundo consideran lunático y marginal. Y la República Islámica de Irán, una teocracia chiita retardataria y fuertemente represiva que también es cuestionada y marginada por la mayoría de las democracias que aún existen en el mundo.
Antes que eso, el ejército ucraniano había sorprendido a Rusia y al mundo repeliendo la ofensiva lanzada desde Bielorrusia hacia Kiev, ciudad a la que no pudo llegar y el generalato debió resetear la operación entera, para fortalecer sus bastiones en los territorios ocupados en el Este del país invadido.
Cuando el ejército ucraniano empezó a combatir a los rusos en el Este, Putin abrió las celdas de miles de presidiarios por graves crímenes a los que envió al frente de guerra como carne de cañón.
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La estrategia de hacer morir bajos las balas enemigas a miles y miles de rusos que eran lanzados contra las posiciones ucranianas, lo que buscaba era agotar el parque de municiones de los ucranianos.
No sólo los presos fueron carne de cañón. También legiones enteras de rusos no eslavos reclutados en los confines centroasiáticos y orientales de Rusia.
Tampoco lucirá en la historia de este posible triunfo de Putin haberle dado el protagonismo que le dio a la empresa mercenaria Grupo Wagner, cuyos combatientes a sueldo fueron los que lucharon en la primera línea contra los ucranianos hasta que el CEO de esa empresa paramilitar, Yevgeny Prigozhin, quiso ponerse por encima del generalato y conducir él la guerra.
Si finalmente Putin logra la victoria que parece ponerse al alcance de su mano, será como una medalla con herrumbres, opacidades y manchas. Las medallas de una victoria desprovista de dignidad.