El tramo final de la larga y exitosa carrera política de Joseph Robinette Biden se fue poblando de patéticos errores que harán que salga de la Casa Blanca y de la vida pública con la imagen en girones.
Comenzó su mandato con una espantosa ejecución de una decisión, igualmente espantosa, que había heredado del primer gobierno de Donald Trump: la vergonzosa retirada de Afganistán abandonando a su propia suerte a Kabul y los demás puntos que estaban bajo control norteamericano. Su gobierno tuvo buenos resultados en la economía, aunque la vida se mantuvo para los estadounidenses más cara de lo que había sido antes de la pandemia de covid.
Su primer error en la recta final fue empecinarse en buscar la reelección cuando su lucidez ya empezaba a evidenciar esporádicas fragilidades posiblemente relacionadas a su edad: fue el más viejo de todos los presidentes que tuvo Estados Unidos.
El colapso de su candidatura fue un acontecimiento patético y sin antecedentes. También fue un error elegir a dedo a su vicepresidenta para que asuma la candidatura que él dejó vacante. Y la derrota de Kamala Harris neutralizó el más importante de sus servicios a la democracia norteamericana: haber sacado a Donald Trump de la presidencia. En definitiva, Biden se irá el 20 de enero devolviéndole el despacho Oval al magnate neoyorquino.
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Y para sumar un derrape más en esta recta final hacia el final de su larga historia política, Joe Biden indultó a su propio hijo de la condena por delitos que, si bien no son de los más graves, resultan demasiado serios. Mentir sobre sus adicciones a las drogas para poder adquirir un arma de fuego.
Durante su mandato presidencial, Trump estuvo por batir el récord mundial de lo inaceptable y absurdo, al evaluar seriamente la posibilidad de auto-indultarse en el caso de que fuera declarado culpable en alguno o varios de los muchos delitos por los que fue procesado.
Finalmente, no lo hizo, y eso resalta más la gravedad de que el saliente mandatario demócrata haya usado ese atributo presidencial para consagrarlo a la impunidad de un hijo que merecía pasar algunos meses o años en prisión por su innumerable cadena de estropicios y desatinos.
¿Existen circunstancias atenuantes de este paso obtuso, que le servirá a Trump para maquillar el indulto que planea otorgar a la turba violenta que asaltó el Capitolio?
Se puede comprender que un padre cuya primera esposa y una hija de año y medio murieron en un accidente, perdiendo décadas más tarde a su hijo mayor, Beau, que era su orgullo como persona, como funcionario judicial y como profesional del Derecho, se doblegue ante la posibilidad de ver a su otro hijo encarcelado, habiendo podido evitarlo.
El problema es que Hunter no merecía en absoluto que su padre empañe su imagen pública y personal para salvarlo del enésimo problema en el que se metió por ser un tarambana irresponsable, adicto al alcohol y al crack, entre otras drogas, que violó la ley mintiendo en una declaración jurada sobre sus adicciones para poder comprar un arma.
La facultad de indultar está en el artículo II de la Constitución. La tradición de los indultos presidenciales comenzó en el siglo XVIII con el primer presidente de Estados Unidos, George Washington, cuando usó ese atributo con condenados por una protesta ilegal de campesinos, con el objetivo de que la república recién nacida transitara con paz social los primeros años de existencia.
Los indultos siempre generaron polémica, pero normalmente hay porciones de la sociedad que defienden al presidente que lo utiliza porque la razón esgrimida les parece razonable. Fue el caso de Andrew Johnson al indultar a líderes confederados para pacificar el país tras la Guerra de Secesión.
Muchos cuestionaron, pero otros muchos respaldaron el indulto que Carter otorgó a evasores del ejército y desertores de la guerra de Vietnam. Y muchísimos menos avalaron el indulto de Gerald Ford a Nixon por el caso Watergate.
Aunque se trate de un hijo, hasta en las bases del Partido Demócrata se levantó una ola de indignación por lo que consideran una decisión injusta y arbitraria; una concesión injustificable a la impunidad.
Tras haber sido un talón de Aquiles en la vida política de su padre, Hunter Biden fue declarado culpable por un delito que no constituye un crimen demasiado grave, pero es una consecuencia de su eterna deriva. Merecía que su padre diera a la sociedad el ejemplo de permitir que su propio hijo vaya preso. Aún así, Biden eligió traicionarse a sí mismo y dejar una mancha más en su desgajada imagen. En última instancia, podría haber otorgado una conmutación de pena, facultad presidencial que también establece el artículo II y que elimina la pena, pero no elimina la condena.
En lugar de conmutar, Biden indultó. Hunter ya no es un condenado, sino un hijo que condenó a su padre a sumar una tiniebla más en una carrera que tuvo momentos brillantes.
Nadie esperaba un final patético del trayecto político de Joe Biden. Cometió errores, como haberse opuesto a una guerra que se justificaba y haber apoyado una guerra totalmente injustificada. Como senador por Delaware, votó contra la Operación Tormenta del Desierto, dispuesta Bush padre, diseñada por Colin Powell y comandada sobre el terreno por el general Schuarzkopf para liberar Kuwait de la invasión iraquí. La alternativa era dejar ese emirato en manos de Saddam Hussein.
Por el contrario, fue una mentira la que urdió Bush hijo y sus lugartenientes Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz para invadir Irak: acusar a Saddam de vínculos con Al Qaeda y de ocultar armas de destrucción masiva.
Esa guerra que supuró terrorismo, fue aprobada por Biden.
De todos modos, también tuvo aciertos y haber sido vicepresidente de Obama empezaba a coronar su larga carrera política.
El broche de oro le llegó al ganar la presidencia. Su mayor mérito fue sacar a Trump de la Casa Blanca, después vino la pésima retirada de Afganistán dejando postales vergonzosas a las que luego añadió aferrarse tercamente al intento de reelección.
El presidente, único en la historia con un hijo condenado durante su mandato, se había comprometido a no usar el atributo constitucional a favor de su hijo. Pero a pocas semanas de concluir su mandato olvidó ese compromiso y concedió un indulto escandaloso. Algo así como el suicidio de su imagen pública.