Caminaba, sólo eso, pero también nada menos que eso. El gendarme argentino apresado en Venezuela pasó de desaparecido a “blanqueado”, como se llamaba a los detenidos ilegales de la última dictadura cuando oficializaba esa detención. A eso se agregó ahora el video difundido por el régimen, en el que se ve al cabo Nahuel Gallo caminando por el borde de una cancha de basket, prueba que está vivo. O por lo menos lo estaba en el momento de registrarse esa filmación. Lo que no hizo todavía la dictadura venezolana es decir dónde está detenido y cuáles son los elementos de sospecha que justifican su detención.
Los primeros días tras el apresamiento en el ingreso a Venezuela desde la ciudad colombiana de Cúcuta, hubo un silencio hermético. Esa situación implicaba que Nahuel Gallo había sido secuestrado y permanecía desaparecido. Lo “blanqueó” el ministro de Interior, Justicia y Paz, Diosdado Cabello, al anunciar públicamente que estaba detenido por haber ingresado ilegalmente a Venezuela con una misión de espionaje.
Días más tarde, el fiscal general Tarek William Saab dijo que el gendarme argentino se encontraba en prisión y se lo juzgaría por “ser parte de una conspiración terrorista”. Lo que en ningún momento dijeron esos jerarcas del régimen es con qué pruebas lo pusieron bajo semejante acusación y por qué mintieron sobre su ingreso diciendo que fue ilegal, cuando ingresó de manera oficial y con los papeles en regla.
Por el video se puede deducir que está en El Rodeo, una prisión del Estado de Miranda, no muy lejos de Caracas, donde desde principios de este siglo, debido a su sobrepoblación, hubo decenas de reyertas entre reclusos. Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en esa prisión, igual que en el Helicoide, a los presos políticos se los somete permanente a torturas y malos tratos.
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Que a un ciudadano argentino lo hayan encerrado en El Rodeo sin exponer las pruebas que justifican la acusación, constituye en sí mismo una grave violación de los Derechos Humanos.
También una flagrante violación a la Convención de Viena sobre cuestiones diplomáticas, establecida en 1964. Según esa norma internacional, los presos extranjeros tienen el derecho de recibir asistencia consultar.
Todo Estado está obligado, por la Convención de Viena, a permitir que diplomáticos del país del detenido o del país que represente al país del detenido en caso de que, como Argentina con Venezuela, no haya relaciones diplomáticas. Nadie ha podido ver al gendarme ni ha recibido información sobre él. Como un disco rayado, el régimen se limita a decir que el argentino era parte de una conspiración, sin exhibir prueba alguna de semejante afirmación. Igual que Nicolás Maduro con la elección del 28 de julio. Anunció su “triunfo” sin mostrar las actas ni los resultados desglosados, absolutamente nada que acredite el resultado anunciado.
Esa elección hace diferente este momento a todos los anteriores en que la disidencia se lanzó a derribar la dictadura, y fracasó. Esta vez, está el 28 de julio. La elección en la que Maduro fue vencido por tan amplio margen que resultó imposible adulterar el escrutinio para hacer un fraude. Si la diferencia hubiese sido mínima o de unos cinco o seis puntos porcentuales, el régimen habría podido “dibujar” el resultado. Pero es imposible adulterar las actas cuando la diferencia entre el ganador y el segundo es muy amplia. De tal modo la ausencia de las actas confirma la veracidad de las actas que mostró la oposición.
El mundo entero y la totalidad de los venezolanos saben que Maduro fue arrasado en las urnas. Por eso le preocupa lo que pueda ocurrir el 10 de enero, cuando asuma de nuevo el cargo en virtud de haber robado los votos.
Hasta ahora, aplastó todas las ofensivas opositoras, desbaratando iniciativas de Leopoldo López y Juan Guaidó, para dividir el régimen. Pero esta vez hay una prueba muy grande de la debilidad del régimen en las calles: la que quedó en las urnas que la dictadura ocultó para siempre.