Un mismo día, casi a la misma hora, pasaron dos cosas en tribunales que están separados por unos 700 kilómetros de distancia. 700 kilómetros y algo más, como ya vamos a ver.
Por esos caprichos de las coincidencias temporales, en la tarde del martes 10 de junio de 2025 sucedían dos resoluciones judiciales.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se conocía el rechazo de la Corte Suprema de Justicia al pedido de revisión de la sentencia de la causa Vialidad, lo que implicó dejar firme la condena a 6 años de prisión más inhabilitación para ejercer cargos públicos de la expresidenta, exvice, exsenadora nacional y titular del Partido Justicialista, Cristina Fernández de Kirchner, por una multimillonaria maniobra de corrupción.
En la ciudad de Córdoba, se dictaba la condena a 4 años de prisión al naranjita Ezequiel Pereyra por el robo y agresión a una conductora en un estacionamiento.
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Parece sólo una coincidencia caprichosa del almanaque pero nos permite adentrarnos en una de las tantas dimensiones del histórico fallo que condenó a Cristina.
Una simplista y primera rápida lectura permitiría colegir que es casi lo mismo robar unos pesos que quedarse con millones de los contribuyentes, que genera una afectación para casi toda la sociedad. Más allá, de la recontra obvia aclaración que todo hecho de apropiación ilegal de dinero y de violencia debe ser perseguido, juzgado y castigado.
Pero lo que salta a la vista es las agendas diferentes que se manejan en la Justicia nacional y en la provincial. En un lado, se condena a expresidentes y en otro a cuidacoches, independientemente de que ambos deban ser sentenciados por sus hechos.
Y se abre la gran pregunta respecto si está decisión del Tribunal Federal 2, avalada por la Cámara de Casación y confirmada por la Corte Suprema generará un efecto de sacudir la modorra (por ser generosos) en otros ámbitos judiciales.
Uno podría repasar la médula de los hechos por los que fue condenada Cristina Fernández o hace poco tiempo el exgobernador de Entre Ríos Sergio Uribarri. Montar empresas con amigos como testaferros, otorgarle de manera irregular obra pública y contratos con el Estado, pagarles de más, quedarse con ese dinero y utilizar fondos públicos para promoción personal.
¿Sólo Cristina y Uribarri hacen eso en Argentina? La respuesta negativa es obvia en casi todos los ámbitos, menos en uno: el de los Tribunales.
Por eso, aquella comparación que parecía demasiado traída de los pelos con la que arrancamos empieza a cobrar otra dimensión.
Con todos los bemoles, críticas y observaciones, la Justicia Federal parece de vez en cuando animarse a ir contra los que tienen poder mientras que en Córdoba el letargo para consagrar la impunidad se agiganta por días.
Un bochornoso fuero Anticorrupción que hace casi medio año que no sabe cómo dibujar la burda maniobra de designar empleados fantasmas en la Legislatura para que dirigentes políticos se queden con ese salario.
Al fiscal Anticorrupción y exasesor de la Legislatura, Franco Mondino, se le pelan las pestañas cómo hace para dejar a salvo a todos los funcionarios y legisladores involucrados en una estafa contra el Estado y lo transforma en un asunto entre particulares.
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Un siniestro vial fatal, como el protagonizado por el caudillo peronista Oscar González, lleva casi tres años sin ser juzgado para determinar responsabilidades. Y la investigación sobre el enriquecimiento de González la tiene que hacer la Justicia Federal porque la provincial miró para otro lado.

Un Tribunal Superior transido por internas palaciegas y ocupado en ponerle trabas a los poquísimos fiscales que se animan con avanzar con algún hecho que roza segundas líneas del poder.
¿Tendrá todo esto que ver con ese silencio total que decidieron guardar los principales referentes del peronismo cordobés de la ratificación de la condena a Cristina Fernández cuando todo el arco político emitió algún pronunciamiento?
La política seguramente sufrirá transformaciones con la sentencia a una de sus principales referentes.
Pero lo que hay que seguir es si hay algún cambio en la Justicia.
En el caso de Córdoba, insistir con preguntarse si aparte de naranjitas tienen pensado avanzar con alguien más.