En un puñado de días, los bombardeos de aranceles de Donald Trump tuvieron en común su naturaleza de instrumento político.
Probablemente, fue el fuerte castigo arancelario que aplicó a la India lo que ablandó a Vladimir Putin para que aceptara reunirse cara a cara con el jefe de la Casa Blanca para hablar del fin de la guerra contra Ucrania.
Trump no sólo no ve al primer ministro indio como un enemigo ideológico, sino todo lo contrario. Narendra Modi y su partido Bharatiya Janata expresan en el gigante sud-asiático el nacionalismo ultraconservador. El bombardeo arancelario fue por la compra masiva de petróleo que hizo la India a Rusia, dándole oxígeno económico para continuar su guerra expansionista en Ucrania.
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Quizá la dureza del ataque comercial al gobierno nacional-hinduista de Modi convenció al jefe del Kremlin que debía tomar en serio el ultimátum que dio Trump para negociar un alto el fuego o sufrir la aplicación masiva de sus aranceles.
Si Rusia lleva más de un año avanzando sobre el territorio ucraniano, es porque el magnate neoyorquino cortó el suministro de armas y municiones a Volodimir Zelenski. Y si los drones y los misiles rusos llevan semanas matando civiles y destruyendo edificios en Kiev y otras grandes ciudades ucranianas, es porque el presidente norteamericano dejó de enviarle al país invadido los misiles interceptores de misiles que protegen a las urbes de los bombardeos rusos.

La compra de petróleo ruso que hizo Narendra Modi no ha sido más beneficiosa que todas las medidas que tomó Trump a favor de Putin desde que volvió a la Casa Blanca. Pero la aspiración al Nobel de la Paz va en serio y no va a permitirle ni siquiera a su admirado líder ruso que lo ponga en riesgo.
Atacando con aranceles a un exponente del anti-globalismo ultraconservador que él expresa, Trump convenció a Putin de ir el próximo viernes a Alaska para hablar en serio de terminar esta guerra cuanto antes.
Por cierto, en la negociación que viene, Trump mediante, no hay posibilidad de que el líder ruso no resulte ampliamente vencedor, aunque deba renunciar a sus reales aspiraciones en esta guerra: deglutir toda Ucrania.
En el mismo puñado de días, el magnate neoyorquino tuvo otro éxito en la marcha hacia el anhelado Premio Nobel. Amenazando a Tailandia y a Camboya con lapidar con aranceles sus respectivas economías, logró que esos dos países del sudeste asiático detuvieran la guerra que habían emprendido y llevaba decenas de muertos en ambos ejércitos.
El apriete norteamericano debió ser más fuerte sobre Tailandia, cuyo ejército es notablemente más numeroso que el camboyano. Por eso Hun Manet, el primer ministro de Camboya agradeció al jefe de la Casa Blanca con el mejor regalo que podía hacerle: su país lo propuso para el Nobel de la Paz.

El hecho es que la amenaza arancelaria detuvo la guerra que llevaba ya un par de semanas, aunque no resolvió la cuestión de fondo: el diferendo fronterizo que se agravó durante el periodo colonial francés, sobre las tierras donde se encuentran una serie de preciados templos del siglo XI, entre ellos Preah Vihear, santuario hinduista dedicado al dios Shiva construido en la era del Imperio Khmer, lo cual pone la razón histórica más cerca de Camboya que de Tailandia en esta disputa ancestral.
Como fuere, las consecuencias inmediatas del ataque arancelario a la India y de la amenaza arancelaria a los dos rivales sur asiáticos fueron positivas. Lo que no puede tener ningún efecto positivo es el 50% de aranceles que Trump aplicó a Brasil, como castigo al procesamiento del ex presidente Bolsonaro.
No hay otro modo de calificar esa medida que como injerencia descarada y brutal en los asuntos internos de otro país, poniendo en el blanco al Poder Judicial brasileño.