Tras la liberación de los últimos rehenes israelíes vivos que quedaban en Gaza, en la Knesset hubo un encuentro revelador y dos discursos cargados de mensajes entre líneas: los de Benjamín Netanyahu y Donald Trump.
El primer ministro israelí calificó a Trump como el mejor amigo que Israel ha tenido en la Casa Blanca en toda su historia. A renglón seguido expuso tres razones para justificar esa calificación. La primera es que en su primer gobierno, el magnate neoyorquino trasladó la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén. Ligada a esta, la segunda razón expuesta por Netanyahu fue que Trump reconoció a Jerusalén como capital única e indivisible del Estado judío, mientras que la tercer razón es que, según el premier israelí, el actual presidente de Estados Unidos avaló la multiplicación de los asentamientos de colonos judíos en Cisjordania.
Eso que parece un elogio o un agradecimiento de Netanyahu a Trump, en realidad es un recordatorio de sus anteriores compromisos con posiciones que quedaron a contramano de la propuesta que permitió la liberación de los rehenes y el cese del fuego en Gaza.
La propuesta que le permitió a Trump lucirse como el “autor” del cese del fuego, fue en realidad diseñada a poco del inicio de esta guerra por la Fundación del ex primer ministro británico Tony Blair, y también de las ideas que promovía el gobierno de Joe Biden. Netanyahu rechazaba tanto la propuesta de Blair como las similares iniciativas que promovía Biden, porque dejaban abierta la posibilidad de un Estado palestino, retomando las bases de negociación que tienen consenso internacional. Trump también las rechazaba, hasta que se las apropió para avanzar varios casilleros hacia el Premio Nobel de la Paz.
Ni la capitalidad de Jerusalén ni la multiplicación de asentamientos coloniales en Cisjordania tienen el aval internacional. Al contrario.
Antes de plagiar las similares propuestas de Biden y Blair, Trump las rechazaba y avalaba el proyecto expansionista de Netanyahu. Por eso, ahora que cambió de posición en su afán de ganar el Nobel, Netanyahu le recordó ante el pleno de la Knesset cual era su posición original al respecto.
Parecía un agradecimiento, pero en realidad era una presión del primer ministro israelí al jefe de la Casa Blanca, quien le respondió con lo que tiene apariencia de ayuda, o de favor, pero es, en realidad, una recordación incómoda. De haber querido darle una mano al jefe de gobierno local, Trump habría dicho en privado a los jefes de bloque y al presidente de Israel, Isaac Herzog, lo que dijo en la Knesset ante el pleno del parlamento y los medios de comunicación que llevaron de inmediato el mensaje al mundo entero: “habría que indultar a Netanyahu”.
Por cierto, al líder ultraconservador de Israel bien le vendría un indulto. Lo salvaría de pasar por el banquillo de los acusados. Pero es posible que Trump, al decirlo en ese ámbito, no haya querido ayudar a su anfitrión sino recordarle que está acosado por acusaciones de corrupción.
Salvo que haya sido por torpe, ya que de haberlo querido ayudar lo habría planteado en privado, lo que hizo Trump fue un recordatorio a Netanyahu, a los parlamentarios israelíes y al mundo, que el jefe del Gobierno de Israel está acosado de causas judiciales que lo empujan hacia el banquillo de los acusados, por corrupción.