El gobierno más izquierdista que tuvo Perú desde el régimen militar que encabezó el general Velazco Alvarado desde 1968 hasta 1975, debió ser el que presidió Pedro Castillo. Ese maestro rural y sindicalista docente era centrista, pero Vladimir Cerrón y su hermano Waldemar decidieron ponerlo a la cabeza de la fórmula presidencial del partido que ambos lideraban. Y el partido Perú libre se describe como marxista-leninista y mariateguista esto último por tomar elementos del pensamiento del ideólogo del marxismo con componente indigenista José Carlos Mariátegui.
De todos modos, esa alquimia política salió mal y a los pocos meses de haber asumido la presidencia, Pedro Castillo ya tenía a Perú Libre en la vereda opositora.
Había sido la gran sorpresa de la primera vuelta en la elección del 2021. Keiko Fujimori ya se sentía presidenta, pero en el ballotage la derrotó ese desconocido que iba a todos lados luciendo un inmenso sombrero blanco, típico del campesinado de Cajamarca.
Como gobernaba prácticamente sin respaldo en un Congreso decidido a votarle todo en contra y bloquearle toda iniciativa, a poco más de un año de haber asumido la presidencia intentó cerrar el Congreso y terminó siendo derrocado por los congresistas. Allí comenzó el vía crucis que esta semana desembocó en una condena a doce años de prisión por intento de golpe de Estado.
En el mismo puñado de días, un tribunal condenó al ex presidente Martín Vizcarra a 14 años de prisión por los suculentos sobornos que cobró cuando era gobernador del Departamento de Moquegua.
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Lo que vino a continuación de la caída de Pedro Castillo fue aún más desopilante. La vicepresidenta Dina Boluarte, que a diferencia de Castillo era una dirigente de Perú Libre y se declaraba marxista, terminó ocupando la presidencia durante casi tres años gracias al apoyo de las derechas más recalcitrantes.
Castillo fue derrocado por el Congreso, pero en la percepción social las encuestas mostraban que más del 70% de los peruanos le daba la razón a él y justificaba su intento de cerrar el Poder Legislativo hasta una nueva elección. En cambio Boluarte, entre escándalos por enriquecimientos, su impúdico salto ideológico y las represiones que aplicó contra inmensas manifestaciones, causando decenas de muertes, gobernó Perú con una desaprobación popular que alcanzaba el 98%. Todo un récord.
Finalmente, Dina Boluarte también fue sacada del poder por el Congreso, dejando la presidencia en manos de otro desconocido con sombras en su pasado y rasgos de oportunista: José Jeri.
El hecho es que esta semana se incrementó la insólita estadística de ex presidentes que terminan presos en Perú. Y la pregunta que recorre el país es si verdaderamente Castillo merecía tanto castigo o su hay un ensañamiento en la dirigencia tradicional contra ese personaje bastante caricaturesco que había tomado por sorpresa a la clase política y llegado a la presidencia.
Está claro que toda la clase política peruana está carcomida de corrupción y decadencia. El salvajismo político es el modus operandi de las oposiciones, desde el patético final del régimen de Alberto Fujimori, casi nadie logra cumplir el mandato presidencial y gran parte de los que pasaron por la jefatura de Estado terminan en la cárcel, igual que aquel dictador.
En rigor, la clase política y demás dirigencias está carcomida de decadencia y corrupción en muchos países de la región, pero sólo Perú refleja esa realidad con dirigentes que caen y terminan en prisión. Por cierto, los políticos que desde sus bancas tumban a los políticos que ocupan la presidencia también son decadentes y corruptos. Por eso la pregunta es ¿qué situación política es peor, la de los países cuyos líderes recién van al banquillo de los acusados tras perder el poder, como Argentina, o ese país andino donde los presidentes caen a cada rato y muchas veces acaban en prisión?
¿Cuál de los dos países está gestionando mejor la patología crónica de la decadencia y la corrupción dirigencial?



