Su ausencia en la ceremonia exhibe y resalta el precio de vivir luchando contra una dictadura. María Corina Machado por las dificultades y riesgos que implica vivir en la clandestinidad y salir de un país a escondidas, para no ser capturada por un régimen que la declaró prófuga desde hace un año. Las conferencias de prensa a las que no pudo asistir el día previo y que en la Municipalidad de Oslo haya sido su hija la que recibió el diploma, hicieron aún más notable para el mundo la situación que vive la mujer que más en evidencia ha puesto a Nicolás Maduro y su nomenclatura corrupta.
Mientras los ojos del mundo convergían en Oslo, dos aviones F-18 sobrevolaban en profundidad el territorio venezolano. Durante 40 minutos recorrieron su espacio aéreo y pasaron cerca de Maracaibo, la segunda ciudad más importante y estratégica del país.
Una señal más de que la escalada sigue in crescendo. Pero como el blindaje interno del régimen aún lo mantiene unido y sin conspiraciones en marcha, el próximo paso del dispositivo militar norteamericano sería realizar ataques aire tierra. Pero este no es el momento, porque distraería la atención del mundo sobre Oslo, el escenario donde, aunque de manera fantasmagórica, la gran protagonista es María Corina Machado.
Por cierto, el Nobel a esta líder de la disidencia venezolana tiene un costado polémico. Hay voces en Latinoamérica y Europa cuestionando esa distinción. El argumento más escuchado considera absurdo premiar a quien está pidiendo a Estados Unidos que invada su país para sacar al régimen de Maduro por la vía militar.
También cuestionan distinguir por pacifismo a una dirigente que tantas veces reclamó a los militares que dieran un golpe de Estado.
Hay razones para la polémica. El tema es que son las mismas voces que no dijeron nada cuando la oposición ganó las elecciones legislativas y el régimen respondió con una vasectomía institucional: para que no parezca lo que fue, un auto-golpe, la Asamblea Nacional siguió funcionando pero las leyes que promulgaban jamás entraban en vigencia. El congreso estaba abierto, los legisladores deliberaban y cobraban sus sueldos, pero el Poder Ejecutivo anulaba todo lo que promulgaban.
María Corina Machado no ha sido ni es una pacifista. Tampoco lo han sido los líderes que ganaron ese premio después de haber protagonizado guerras.
Lo que no dicen quienes cuestionan la distinción a la dirigente antichavista, es que ella lleva años intentando el fin de la dictadura por medios institucionales. Y no lo ha logrado, precisamente, por tratarse de una dictadura.
Normalmente, los denostadores de Machado tampoco hablan de la persecución ideológica, los cientos de muertos que dejaron las represiones a recurrentes protestas masivas, las cárceles colmadas de presos políticos y la aplicación sistemática de la tortura en centros de detención como Ramo Verde y el Helicoide, según lo han denunciado las más prestigiosas organizaciones internacionales de Derechos Humanos y también el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos antes de que lo dirigiera Michel Bachelet, bajo la conducción de la ex presidente socialista chilena y también después de su gestión en ese brazo de la ONU.
Esas voces han criticado más que le dieran el Nobel a Machado que a la dictadura facinerosa que destruyó la economía de un país que flota en petróleo y generó una diáspora de dimensiones bíblicas, además de perseguir, censurar, encarcelar, torturar, reprimir y matar a escalas industriales.
Con Hugo Chávez vivo, el mérito de Machado era enfrentarlo y decirle en la cara lo que nadie se atrevía a decirle. Pero era una conservadora recalcitrante con notable incapacidad para unir a los distintos dirigentes y partidos políticos que estaban viendo y denunciando el principio de la disolución de la democracia a la sombra del exuberante líder caribeño.
Ella priorizaba imponer su propia posición y liderazgo por sobre la necesidad de unificar la centroizquierda y centroderecha. Además, era más derechista que centroderechista. Por eso no aportó nada para el entendimiento entre Henrique Capriles, Leopoldo López, Antonio Ledesma, Juan Guaidó y otros. En rigor, ninguno aportó mucho para encontrar la unidad de las fuerzas democráticas, o sea las que van desde la centroderecha hasta la centroizquierda, lo cual facilitó las cosas para que Chávez pasara de la democracia al mayoritarismo, el régimen en el que el líder tiene el apoyo de la mayoría, pero avasalla y excluye a las minorías. Y tras la muerte del exuberante líder bolivariano, Venezuela pasó del mayoritarismo a la dictadura lisa y llana de una minoría envilecida y corrupta.
María Corina Machado creció en estos últimos años. Su mérito fue haber enfrentado Maduro sin desistir, hasta causarle una derrota tan inmensa en las urnas que la dictadura no tuvo forma de camuflarla con un fraude.
Primero organizó primarias abiertas en las que obtuvo más de dos millones de votos. Como el régimen sabía que en la elección del 2024, vencería a Nicolás Maduro, la proscribió. Pero en lugar de darse por vencida, sacó una carta de la manga: puso como candidata a una académica desconocida, Corina Yoris, pero con dos rasgos que la harían vencer a Maduro. El primero ser mujer en una boleta única donde todos los demás eran hombres y falsos candidatos opositores. En esa boleta, la foto de Maduro aparecía una docena de veces. Una boleta hecha para que gane el dictador, pero una única mujer, que además también se llamaba Corina, sería la clara señal que guiaría a los votantes.
Cuando el régimen cayó en cuenta, proscribió también a Corina Yoris. Pero Machado tampoco se dio por vencida y sacó otra carta de la manga: un viejo diplomático al que llevó a su lado sobre un palco montado en un camión con el que recorrió toda Venezuela. Ella siempre vestida igual, con jeans ajustados y una camiseta blanca con la bandera del país en una manga. Así logró hacer conocer a González Urrutia, el candidato al que debían votar porque era en esa boleta tramposa el único verdadero contrincante de Maduro.
Lo logró, y la avalancha de votos fue tan grande que impidió un fraude creíble. No había forma de dibujar el escrutinio. Ni siquiera los expertos que envío el gobierno chino pudieron confeccionar actas para mostrar.
Venezuela y el mundo vieron el más descarado robo de una elección. El fraude más grotesco del que se tenga memoria quedó a la vista gracias al coraje y la astucia con que actuó María Corina Machado. Nadie se atrevió a tanto contra la dictadura.
De producirse una invasión norteamericana o ataques desde el mar, antes que culparla a ella, quienes cuestionan el Nobel deberían culpar a la dictadura de Maduro. Antes que criticar al comité Noruego, deberían criticar a líderes como Lula, Petro, López Obrador y Sheinbaum, entre otros, por no haber hecho nada para obligar al régimen a respetar la voluntad popular expresada en el 2024.
Por no haber cuestionado a ninguno de los que posibilitaron por acción u omisión ese fraude impresentable, carecen de autoridad moral para cuestionar el Nobel de María Corina Machado.



