Detrás de la masacre perpetrada en Sidney podría estar ISIS, la organización terrorista que mostró su resurgir en el noreste de Siria atacando a tropas norteamericanas, causándole tres muertos y varios heridos. Los dos terroristas que dispararon a mansalva sobre la multitud en una playa de la principal ciudad australiana, habían hecho un viaje a Filipinas en el que habrían mantenido contactos con organizaciones terroristas como Abú Sayaf, que es una franquicia del Estado Islámico Irak-Levante.
El antisemitismo mostró en Australia su instinto criminal. Y a renglón seguido expuso la irresponsabilidad de líderes israelíes que banalizan el antisemitismo usándolo para acallar la crítica.
El atentado contra miles de miembros de la comunidad judía australiana que celebraban Janucá, la festividad que conmemora la purificación del segundo templo de Jerusalén y la victoria de los macabeos sobre los seléucidas, provocando una masacre, evidenció la cobardía y crueldad que fermenta en esa forma lunática de racismo que es el odio a los judíos.
Una abyección que se remonta a los tiempos en que los reinos politeístas del Oriente Medio odiaban a los israelitas por desprecio al monoteísmo que profesaban, y que el catolicismo recicló en la Europa medieval a través de la demonización de los judíos acusándolos de deicidas: asesinos de Dios.
El último reciclado de ese instinto repugnante ocurrió también en Europa, cuando a mediados del siglo 19 Wilhelm Marr, un ultranacionalista alemán que practicaba el etenismo, un neopaganismo con raíces en creencias de antiguos pueblos germánicos, calificó al judaísmo como una raza, generando un demencial “antisemitismo” racial.
En Australia hace décadas que se ven síntomas de antisemitismo y la masacre del Bondi Beach ha sido la señal más brutal de esa patología social.
Los dos terroristas que causaron 16 muertes y decenas de heridos en esa playa de Sidney, causaron también una crisis política entre Israel y Australia.
Ocurre que el primer ministro Benjamín Netanyahu y su ministro de Seguridad, Itamar Ben Gvir, responsabilizaron al gobierno australiano por la masacre.
¿Cómo argumentaron semejante acusación? Afirmando que fue la decisión de reconocer al Estado palestino que tomó el primer ministro laborista de Australia, Anthony Albanese, lo que actuó como una vía libre a los ataques contra blancos judíos.
¿Tiene lógica tal afirmación? No, en absoluto. Las estadísticas muestran que el viejo antisemitismo que se incuba en ciertos pliegues de la sociedad australiana, triplicó las agresiones y demás actos de violencia anti-judía durante estos dos años de guerra en la Franja de Gaza.
Resulta obvio que la masacre desatada por dos lobos solitarios del terrorismo ultra-islámico, como los tantos que provocaron masacres en Europa, Estados Unidos, Canadá y otros rincones del mundo en las últimas décadas, sin tener como blanco específico a los judíos sino a las sociedades y culturas donde fueron perpetradas, no tienen que ver con el reconocimiento del Estado palestino.
Precisamente, la otra estadística que desmiente la acusación que Netanyahu y Ben Gvir hicieron contra el gobierno australiano es la de los países que han reconocido al Estado palestino. Son más de 150, o sea que más del 80 por ciento de los países del mundo han reconocido al Estado palestino, aunque aún no exista. Los últimos fueron Gran Bretaña, Canadá, Francia, México y Australia, que dio ese paso hace menos de tres meses. Y a esa altura, ya se habían multiplicado por tres los actos vandálicos y las agresiones antisemitas en ese país insular.
Las estadísticas muestran que, tanto el crecimiento exponencial de la violencia antisemita en Australia como la ola internacional de reconocimientos al Estado palestino, fueron causados por los niveles de destrucción y de muertes civiles, que incluyen decenas de miles de niños, ocurridos durante la guerra en Gaza.
Netanyahu y Ben Gvir acusan al gobierno australiano de acontecimientos que podrían relacionarse con al accionar que ambos impulsan en territorios palestinos.
También podría adjudicárseles la banalización el antisemitismo, esa abyección que el actual gobierno israelí convirtió en arma para atacar a quienes cuestionan los métodos con que intenta sepultar la Solución de los Dos Estados.
Banalizar el antisemitismo usándolo como acusación para silenciar toda crítica y cuestionamiento, es uno de los peores crímenes contra el judaísmo que puede cometer un dirigente judío.
En su momento, Saramago calificó de “rentistas del holocausto” a dirigentes israelíes que actuaban de ese modo. Y es probable que hoy, el escritor portugués llamaría a Netanyahu y sus ministros “rentistas” del pogromo perpetrado por Hamas aquel siete de octubre sangriento.