En Latinoamérica, el año termina con dos presidentes electos ultraderechistas, con un flamante presidente centrista que se peló en tiempo récord con su vicepresidente y se distanció del partido con el que ganó la elección, y con dos figuras sudamericanas disputando entre sí la Secretaría General de las Naciones Unidas.
En Honduras, el candidato del conservador Partido Nacional, Nasry Asfura, con un desmesurado apoyo de Donald Trump, terminó imponiéndose tras un interminable escrutinio que dejó más dudas que certezas sobre el resultado de la elección presidencial. Lo único que quedó en claro es la derrota del oficialismo, cuya candidata, Rixi Moncada, designada a dedo por el ex presidente Manuel Zelaya y apoyada por su esposa y actual presidenta, Xiomara Castro, quedó en un remoto tercer puesto. La candidata del partido de izquierda populista Libre (Libertad y Refundación) no alcanzó el 20 por ciento de los votos.

La duda está en cómo exactamente se dividieron el ochenta por ciento de los sufragios los dos candidatos que quedaron cabeza a cabeza hasta el recuento del último sufragio. Según el resultado oficial, Salvador Nasrala, del centroderechista Partido Liberal, quedó menos de un punto por debajo de Asfura. Y la injerencia de Trump en este proceso electoral fue tan alevosa y grosera, que se justifica la sospecha que quedó flotando en buena parte de los hondureños cuando, casi un mes después de la jornada electoral, se anunció el resultado oficial.
El otro presidente electo ultraconservador surgió de las urnas de Chile, donde también gobernaba la izquierda, pero no una sectaria y populista como la hondureña, sino una izquierda anti-sistema que, con Gabriel Boric en la Casa de la Moneda, gobernó de manera moderada, sin recurrir al sectarismo ni fomentar la polarización.
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La polarización ocurrió en la interna de la coalición gobernante, cuando se impuso como candidata presidencial la dirigente del Partido Comunista Jeannette Jara. Ella ganó la primera vuelta, pero seguida por quien, en el ballotage, absorbería los votos del candidato libertario Johannes Káiser y de la derechista moderada Evelyn Matthei. Por eso no hubo sorpresa en que el segundo en la primera votación, José Antonio Kast, se impusiera en la segunda vuelta.
De este modo, por primera llega a la presidencia de Chile en democracia un conservador extremista. Por cierto, Pinochet también lo fue, pero no llegó al poder por las urnas sino por un golpe de estado y encabezó una dictadura.
Desde el fin del régimen militar, chile siempre eligió presidentes moderados, de centroizquierda y centroderecha. Eso fueron Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera. La elección de Boric fue la primera en la que triunfo un candidato de fuera del espectro centrista. Pero para sorpresa de muchos, Gabriel Boric fue un presidente moderado.
Falta ver si Kast da la misma sorpresa. Ganó como candidato ultraconservador. ¿Gobernará como tal o retomará la centroderecha con que gobernó Piñera?

En Bolivia, por el contrario, la opción centrista venció primero a la izquierda populista del MAS y de Evo Morales, y en el ballotage a la derecha dura que siempre representó Jorge Quiroga.
El triunfo de Rodrigo Paz también fue una sorpresa por haber ganado la lección como candidato del Partido Demócrata Cristiano (PDC), una fuerza política que lleva décadas en vía de extinción en Europa y Latinoamérica.
Pero la sorpresa mala no tardó en llegar: el vicepresidente Edmond Lara rompió públicamente con el hombre al que acompañó en la fórmula vencedora y le declaró una suerte de guerra política.
No es novedoso que un presidente y su vicepresidente se enfrenten entre sí. Uno de los casos más resonantes en los últimos tiempos fue el del presidente ecuatoriano Daniel Noboa y su vicepresidenta Verónica Abad. También el del ex presidente argentino Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Fernández. Repitió el rompimiento, y en tiempo récord, el actual presidente Javier Milei y la vice Victoria Villarruel.
En el caso boliviano, la responsabilidad mayor por este irresponsable enfrentamiento entre quienes acaban de llegar al poder, la tiene el vicepresidente Lara. Pero es sugestivo que, a renglón seguido de la ruptura con su vice, Rodrigo Paz haya forjado un acuerdo para las elecciones autonómicas que incluye al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) con que gobernó su padre en la década del ’80, y el líder derechista de Santa Cruz de la Sierra, Luis Fernando Camacho, dejando afuera nada menos que al PDC, el partido con el que llegó a la presidencia.

El 2026 mostrará si Rodrigo Paz puede estabilizar un gobierno centrista, o si afronta turbulencias políticas como las que han marcado las últimas décadas en Bolivia. Y en el último día del año que ahora está por comenzar, mostrará si quien sucede a Antonio Guterres en la Secretaría General de las Naciones Unidas es el argentino que encabeza la Organización Internacional de Energía Atómica, Rafael Grossi, o la ex presidenta chilena y ex titular del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos Michelle Bachelet.
También es posible que surja un tapado y se quede con el título. Pero hasta ahora, los postulantes con más posibilidades de ser elegidos el 31 de diciembre del 2026, son el argentino y la chilena.



