El juicio por el acuartelamiento policial de diciembre de 2013, en el que se juzga a 56 policías, convocó a dos ex jefes de Policía en calidad de testigos: los Comisarios Generales César Almada y Julio César Suárez, éste último sucesor inmediato del primero. Al momento de los hechos, Almada estaba al frente de la Jefatura y Suárez era titular de la Policía Caminera.
Los integrantes de la Cámara 12ª del Crimen integrada por Jurados Populares, el Fiscal de Cámara, los imputados y sus defensores, el público y la prensa que cubrimos el desarrollo del juicio fuimos testigos directos y privilegiados del contrapunto y las abiertas contradicciones entre los testimonios de uno y otro.
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Definida ya la declaración del ex gobernador José Manuel de la Sota y del ex ministro de gobierno Oscar González para la semana próxima, surge la expectativa de que alguno de estos testimonios arroje luz y aclare esta contradicción nada menos que entre dos ex Jefes de Policía.
"Le dolía la panza"
En la declaración realizada el pasado lunes 26 de marzo ante la Cámara, a preguntas formuladas por el Tribunal, Almada responsabilizó abiertamente a Suárez, afirmando que estuvo "ausente" la noche del motín, aduciendo una “indisposición estomacal” (concretamente una "diarrea") que posteriormente no probó con certificado médico alguno; reapareciendo en escena recién el 5 de diciembre, cuando todo había pasado.
Pocos días después, el miércoles 4 de abril y en oportunidad de prestar declaración testimonial, Suárez no sólo negó haber padecido “problemas estomacales” sino que, por el contrario, se atribuyó haber tenido una activa participación durante la noche del motín, participación que nadie hasta el momento ha podido confirmar. "Trabajé desde las 2 de la mañana en la reunión”, dijo y agregó: “Trabajé todo el día martes a la noche, miércoles a la madrugada y a las 13 del jueves almorcé con el Estado Mayor... El miércoles a la noche pasé por la casa de mi hija y con la autorización de Galbucera me volví a Rumipal", manifestó. Su afirmación, formulada de modo muy genérico (“trabajé”, aunque no precisó exactamente dónde ni con quien) dejó una seria duda en todas las personas presentes en la sala.
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"Alguien se benefició"
Cuando Almada declaró ante el Tribunal responsabilizó, clara y abiertamente, a los mandos medios de lo ocurrido y concretamente dijo que vio a personal de la Policía Caminera “participando del motín”; señalando de un modo más que sugestivo que “alguien se benefició" con la situación. Al término de su testimonio, le dijo a esta cronista que era muy sugestivo que quien estuvo "ausente" durante la noche de los hechos, fuera luego nombrado, nada más ni nada menos que Jefe de Policía.
¿Mano azul o mano negra?
Días antes, el martes 27 de marzo, la ex Secretaria de Seguridad de la provincia, Alejandra Monteoliva también dio su testimonio ante la Cámara. Y en coincidencia con Almada declaró que hubo "una mano azul, con y sin uniforme" detrás de las protestas del 3 y 4 de diciembre de 2013 ¿Era la mano azul (con uniforme) Julio César Suárez? Y la mano azul (sin uniforme) ¿era el ex comisario general y ex Ministro de Seguridad Alejo Paredes? ¿O se refería al ex Comisario General Ramón Frías, pasado a retiro poco tiempo antes?
En lo único en que coincidieron (aunque no en forma muy clara por parte de Suárez) es en la actitud omisa de la Nación respecto a la ayuda solicitada: la necesaria presencia de Gendarmería en la madrugada o las primeras horas de la mañana del 4 de diciembre. Quizás la declaración del ex gobernador José Manuel de la Sota solo pueda echar luz acerca de la actitud de Sergio Berni –ex secretario y ex viceministro de Seguridad de la Nación- en no atender el teléfono a la desbordada Monteoliva.
Porque, más allá de la necesidad de conocer cuál de los dos mintió, lo que importa es dilucidar la grave acusación, gravísima, de que por una deliberada acción u omisión, alguno de los nombrados pudo haber sido responsable de que el motín policial se iniciara; con la única intención de consumir a la cúpula policial en las mismas llamas que destruyeron la tranquilidad y el patrimonio de los cordobeses. Algo así como un crimen perfecto: cometido por otros, a la vista de todos y en medio de un caos que desvió la atención y no dejó pruebas. Tal vez sólo para sacar del medio a quien incomodaba. Y al mismo tiempo, para que no se sepa, jamás, quién fue su verdadero autor.