El debate que se recicla en el Concejo Deliberante de Córdoba está plagado de trampas. Los impulsores de la idea de implementar en la ciudad la “alcoholemia cero”, concejales oficialistas y opositores, se presentan como comprometidos con la causa de bajar la cantidad de accidentes de tránsito, partidarios de la vida.
Y ubican a los críticos de la iniciativa como promotores del consumo desenfrenado de alcohol, como gente a la que no le interesa evitar que circulen por las calles de Córdoba conductores ebrios.
Pero esquivan aportar datos concretos para defender este criterio. Ahí está la maniobra engañosa.
Por supuesto que el objetivo de bajar la tasa de accidentes es compartido. Pero no hay evidencia de que esta política sea eficaz en ese sentido. ¿Por qué no aplican la “alcoholemia cero” en los países más avanzados en materia de seguridad vial? ¿Por qué en Alemania, Francia, Bélgica o el Reino Unido se permiten niveles de alcohol incluso mayores que los 0,4 gramos de alcohol aceptados hoy como límite en Córdoba? ¿Cuál es el motivo por el cual en Europa o en Estados Unidos no persiguen a quienes, por ejemplo, acompañan las comidas con una copa de vino o un vaso de cerveza?
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Sencillamente porque no existen pruebas de que quienes manejan con los permitidos niveles de 0,1 o 0,2 gramos de alcohol en sangre choquen más.
Como señalan los médicos que trabajan en la atención a las víctimas de los accidentes de tránsito, entre ellos el histórico toxicólogo del Hospital de Urgencias de Córdoba Daniel Gómez, los pacientes que atienden son automovilistas que tienen mucho más alcohol en sangre que el permitido.
En general, es gente que tiene por encima de 1 gramo por litro de alcohol en sangre. Niveles que deberían ser sancionados con las normas actuales. Pero que no se detectan porque los controles vienen siendo entre escasos y nulos. Esos son los conductores que deben ser sancionados, para lo cual es necesario que haya controles. Muchos más que los que hemos tenido hasta ahora.
Pero el castigo a quienes beben en pequeñas dosis y manejan con los niveles de alcohol aceptados por los países más seguros en materia de tránsito es un atropello innecesario de un Estado que se ensaña con los ciudadanos responsables. Una maniobra engañosa, que esquiva avanzar en la búsqueda de soluciones basadas en la evidencia.