Ocurrió hace algunos años en un balneario de las sierras. Dos amigos de la infancia disfrutaban de una siesta en el río cuando conocieron a una turista santafesina. Una sola. Hicieron buenas “migas”. Conversaron sobre todo. Los amigos eran muy amigos. La chica era muy linda.
Se enamoraron los dos. Y un poco también a ella le gustaban los dos. Por la noche comieron pizzas los tres juntos y así estuvieron hasta que la chica volvió a Santa Fe. En la terminal de ómnibus, cuando se despedían, ella le pidió a José Ignacio que la disculpara, pero que le gustaba Ariel.
A Ariel no le dijo nada. Fue José Ignacio el que le contó a su amigo que la chica gustaba de él. “Tené cuidado”, le dijo sin embargo, “los amores de verano, no suelen ser auténticos como las amistades de la infancia”. Ariel no dijo nada pero le atribuyó los dichos a los celos de su amigo.
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De todas maneras, invitados por la chica los dos viajaron a Santa Fe al mes siguiente y establecieron una relación. Mejor dicho, Ariel se puso de novio y José Ignacio lo acompañó hasta que su amigo pudo valerse por sí mismo.
Al año siguiente la chica quedó embarazada. Cuando Ariel le contó esto, José Ignacio le preguntó qué pensaba hacer. Ariel le dijo que estaba enamorado y que creía que ella también. Eso dijo. Creía. José Ignacio insistió con eso de los amores de verano y las amistades de la infancia y Ariel insistió con que estaba celoso.
Ariel se casó con la chica por expresa exigencia de la familia de ella y convivieron algo más de un año en Santa Fe. Al cabo de ese tiempo, Ariel le habló por teléfono a José Ignacio, le dijo que volvía a la ciudad y que lo fuera a esperar a la terminal.
“Me separé”, le contó, después de un abrazo algo distante. La chica siempre había estado enamorada de un vecino de su casa en Santa Fe, y cuando juntó coraje se lo dijo primero a su familia y después a Ariel.
José Ignacio volvió a la carga con la autenticidad de la amistad y los amores y Ariel con el tema de los celos.
Ninguno de los dos volvió a saber nada de la chica. Ni siquiera después de que aparecieron Facebook, Instagram y demás redes sociales. Y entre ellos no volvieron a frecuentarse al ritmo de antes. Se veían esporádicamente, se contaban algunas cosas insustanciales y cada uno volvía a lo suyo. Ariel siguió pensando en que los celos obstinados de su amigo habían perjudicado su relación con la chica. José Ignacio creyó que Ariel no había podido asimilar el golpe a su orgullo.
Con los años llegaron la militancia y la política y cada uno quedó a un lado de la grieta. Fue suficiente para que no volvieran a hablarse. Uno fue un gorila, el otro un progre de café. Pero los dos sabían que no eran los adjetivos que debían usar. Ariel pensaba en los celos, pero José Ignacio ya no estaba tan seguro de que las amistades de la infancia fueran más auténticas que los amores de verano.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.