No es una buena señal que el presidente de Brasil haya rechazado la invitación a participar, personalmente, en la ceremonia de asunción de Javier Milei. No es una buena señal para Argentina.
A pesar de la buena gestión que Diana Mondino hizo en Brasilia procurando que Lula da Silva esté presente, revertir la situación planteada era una tarea imposible.
El mandatario de la mayor economía sudamericana y la segunda de Latinoamérica, que es la principal socia comercial de Argentina, decidió enviar al canciller, Mauro Vieria, lo que implica un tercer nivel.
Habría sido mayor la demostración de distancia si, en lugar del ministro de Relaciones Exteriores, Lula se limitaba a que sea su embajador en Argentina, Julio Glinternick, quien represente a Brasil en la ceremonia.
Pero el mensaje del palacio del Planalto es duro, porque no envió a quién representa la segunda línea en la institucionalidad, y por ende en la importancia que se da a la relación: el vicepresidente Geraldo Alckmin.
En el entorno (o nuevo entorno) de Milei se entendió la gravedad del daño en una relación tan estratégica como la de Argentina con Brasil. Mondino hizo el esfuerzo pero ya era tarde.
+ La reunión de Mondino y Scioli con funcionarios brasileros
¿El de Lula es un gesto de desprecio injustificable? No. Más bien parece una reacción lógica ante dos realidades de visibilidad estridente. Por un lado, Milei había atacado verbalmente a Lula en varias oportunidades, llamándolo “ladrón” y “comunista”. Por otro, al primero en invitar a su asunción de la presidencia fue a Jair Bolsonaro y el exmandatario ultraderechista vendrá con una nutrida delegación.
Más allá de la visión que se tenga de Lula, la manera de manejarse con Brasil respecto a la asunción presidencial no fue adecuada. Bolsonaro tuvo que ver (Sergio Moro mediante) con el encarcelamiento del líder de la centroizquierda de Brasil que allanó el camino para que la derecha extrema llegue al Planalto.
Su actitud para con Lula encarcelado fue humillante. Un ejemplo: Bolsonaro desde la presidencia y sus hijos desde las redes y los medios que controlaban, hicieron presión sobre la justicia para impedir que algún juez otorgue a Lula un permiso de pocas horas para asistir al funeral de su nieto Arthur, fallecido a los siete años, sin que su abuelo pueda visitarlo en el hospital donde estaba internado por meningitis.
Más allá de las consideraciones que se tenga sobre Lula, el entonces presidente y sus hijos fueron inmensa e injustificadamente crueles.
Además, a la hora de enviar las primeras invitaciones a Brasil, lo lógico era tener en cuenta que Bolsonaro y sus hijos instaron un “putsch” multitudinario y violento, atacando los edificios de los poderes republicanos en Brasilia, mientras reclamaban a los militares un golpe de Estado contra el recién asumido gobierno de Lula.
La débil recepción que el gobierno de Brasil está dando al nuevo gobierno de Argentina, como consecuencia de los excesos verbales que implican las calificaciones de “ladrón” y “comunista”, y posteriormente de un erróneo orden de prioridades en las invitaciones cursadas, resulta una señal preocupante.
Es de esperar que Mondino continúe su esfuerzo para corregir de manera tardía el mal comienzo de un vínculo imprescindible.
+ MIRÁ MÁS: La jugada desesperada de Maduro para retener poder
Lo que un presidente piensa y siente respecto a otro presidente, no puede ser una “cuestión de Estado”. En la democracia, los presidentes no son dueños del Estado, sino servidores públicos que actúan en interés de sus sociedades, no de sus ideologías ni de sus visceralidades.
El “amiguismo” personal y político que inició Nestor Kirchner y continuaron Cristina y también Alberto Fernández, fue muy negativo para el país.
Todo “amiguismo” implica un “enemiguismo”. Por “amiguismo” con el clan Bolsonaro, Milei practicó un “enemiguismo” con Lula.
Se trata de las dos caras de una moneda nociva para la democracia y los intereses de un país.