Brasil corre el riesgo de quedarse sin centro. Si Lula da Silva decide que ésta, a diferencia de sus dos presidencias anteriores, implemente las propuestas del Partido de los Trabajadores (PT) antes de que llegara por primera vez al gobierno en el año 2003, habría un riesgo cierto de que la centroizquierda de corte socialdemócrata sea desplaza por un populismo izquierdista. En ese punto, Brasil se habrá quedado sin centro.
La centroderecha ya ha sido barrida del escenario político por un extremismo: la ultraderecha. Con la llegada de Jair Bolsonaro al Palacio del Planalto, concluyó un largo período de hegemonía centroderechista que comenzó en el inicio mismo de la transición democrática, con Tancredo Neves, quien murió antes de asumir la primera presidencia civil tras el largo régimen militar.
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El gobierno encabezado por José Sarney era del conservadurismo moderado y democrático. Al mismo sector pertenece Fernando Collor de Mello, cuya caótica presidencia en los noventa concluyó por un impeachment. Pero se mantuvo en la centroderecha su sucesor, el hasta entonces vicepresidente Itamar Franco, cuyo lúcido ministro de Hacienda, Fernando Henrique Cardoso, derrotó la inflación y luego encabezó dos gobiernos exitosos.
Tras las presidencias de Cardoso llegaron los dos gobiernos de Lula y los de Dilma Rousseff. Ambas gestiones mantuvieron el marco macroeconómico diseñado por Fernando Henrique Cardoso, lo que sumado a que gobernaron con amplias coaliciones con vicepresidentes conservadores, fueron gobiernos centristas.
En las pasadas elecciones presidenciales, Bolsonaro barrió a la centroderecha y a sus candidatos, José Serra y Geraldo Alckmin, creando un gobierno ultraconservador de altísima agresividad.
En la siguiente elección, la centroderecha apoyó a Lula para recuperar el centro. Alckmin se convirtió en vicepresidente y tanto Cardoso como José Serra apoyaron la candidatura del líder del PT.
Pero en esta presidencia, Lula está emitiendo señales que hacen temer que éste ya no sea un gobierno de corte socialdemócrata como los dos que había encabezado y los de Dilma Rousseff. En aquellas gestiones, tuvo a dos liberales manejando la economía: Antonio Palocci como ministro de Hacienda y Henrique Meirelles en el Banco Central.
En esta tercera presidencia, Lula puso el Ministerio de Hacienda en manos del dirigente petista Fernando Haddad y ambos están atacando duramente la política monetaria que impone el actual presidente del Banco Central, Roberto Campos Neto.
Por cierto, no es descabellado poner en debate las altísimas tasas de interés vigente. Que el Selic (tasa de interés de referencia) esté en 13,75 % es una obstrucción al crecimiento económico.
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También es cierto que Campos Neto fue designado por Bolsonaro a pedido de Paulo Guedes, el ortodoxo ex ministro de Hacienda, y que comparte con el líder ultraderechista la admiración por el régimen militar del cual su abuelo, Roberto Campos, fue ministro de Planificación cuando a la presidencia la ocupaba el general Castelo Branco, uno de los militares que encabezó el golpe de Estado contra el gobierno democrático de Joao Goulart.
Pero tanto el nivel estratosférico de las tasas de interés como la vereda ideológica a la que pertenece Campos Neto, no restan gravedad a que un jefe de Estado embista contra la presidencia del Banco Central. Es una señal preocupante.
Algunos analistas afirman que Lula no tiene en planes sacar a Campos Neto antes de que el año próximo venza su mandato y que las duras críticas que lanza contra él son para justificar ante la izquierda de sus bases partidarias la débil performance que tendrá la economía.
Es posible que así sea. Pero si esta fuera la primera señal de un giro hacia el populismo izquierdista, Lula estaría traicionando las expectativas que Fernando Henrique Cardoso y otros líderes centristas tuvieron al apoyar fuertemente su candidatura. Y Brasil correría el peligro de quedar atrapado entre dos populismos, o sea, sin centro político y económico.