Los relevamientos de votantes coinciden en que la Argentina ha decidido, una vez, cambiar de rumbo. De confirmarse estos datos, la elección ha ratificado a grandes rasgos el resultado de las PASO, con una extrema polarización, a fuerza del crecimiento de los dos principales candidatos.
Una vez más, Córdoba ha votado diametralmente opuesto al resto del país.
De ratificarse en el escrutinio estos números, se abre un proceso de transición, primero, y de cambio de mando, después, signados ambos por una compleja lista de elementos, internos y externos.
Lo primero está relacionado con la magnitud de la crisis económica. El voto se decide por razones diversas pero el tema económico parece haber sido central en las urnas.
Estamos en medio de una tormenta cambiaria que acentúa día a día la devaluación del peso, retrae la economía, desalienta la creación de empleo, deteriora el poder adquisitivo de los salarios y aumenta la enorme legión de argentinos que viven en la pobreza.
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La magnitud del problema es tal que seguramente será necesario de un diálogo muy aceitado y maduro del presidente saliente y el entrante y sus respectivos equipos, que tenga grados de formalidad mayor a aquellos intercambios telefónicos después de las Paso.
Ya los discursos y señales de cada uno esta noche serán importantes en medio de la tormenta que atravesamos.
Pero hay grandes interrogantes más allá de la compleja situación económica.
La turbulencia política y social que atraviesa la región es uno de ellos. A diferencia de otras etapas políticas, donde la mayoría de los gobiernos de esta parte del mundo tenían un signo político más o menos parecido, ahora se están dando procesos que van en direcciones contrarias.
Y matizado por protestas callejeras, denuncias y acusaciones.
Todo lo que les está ocurriendo a nuestros vecinos está lejos de ser neutro en una Argentina que se encamina hacia otra modificación de la tendencia ideológica de sus gobernantes.
Para adentro y para afuera
La otra duda tiene que ver con la manera en que se comportará la nueva fuerza gobernante, que regresa al poder con una presentación diferente a la que construyeron en 12 años de kirchnerismo pero con actores casi repetidos.
Como Neruda, Alberto Fernández llega al poder diciendo: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Sólo el tiempo tiene esa respuesta.
El nuevo presidente no sólo deberá lidiar con números adversos en lo económico y un complejo panorama social sino que deberá ser la principal autoridad del país sin ser el líder del espacio que lo llevó al poder.
El rol de Cristina Fernández de Kirchner es una duda para propios y extraños. Los suyos aseguran que respetará la conducción del candidato que ella misma eligió. Pero eso recién se verá en el ejercicio del poder.
El peronismo siempre se ha manejado con un único liderazgo y comienza ahora un reagrupamiento de la fuerza que más tiempo ha gobernado en la Argentina en tiempos de democracia.
¿Qué tendrá enfrente el nuevo gobierno? Es una gran duda si lo que fue Cambiemos, ahora Juntos por el Cambio, se mantendrá cohesionado y cómo reconfigurará sus referencias.
Lo que está claro es la movilización que sorprendió en campaña de ese importante porcentaje de la población que está en contra de quienes serían los ganadores de esta elección.
Esa gente en la calle no sólo querían mandar un mensaje de campaña. Y, seguramente, Alberto Fernández y lo suyo deberán leerlo.
También Alberto Fernández deberá lidiar con las expectativas de los que lo depositaron en la Casa Rosada.
Así como Macri resigna el poder por no poder alcanzar aquello que planteó como alcanzable, el futuro presidente, propenso a citar su gestión como jefe de Gabinete en 2003, no tendrá las mismas condiciones internas ni externas que posibilitaron el despegue de cuando Néstor Kirchner llegó al poder.
La incógnita Córdoba
Córdoba es también una gran incógnita. Ha votado, una vez, en forma diametralmente distinta al país.
Los relevamientos previos a los cómputos oficiales dan cuenta de un resultado importantísimo en favor de Macri.
Por eso, a muchos cordobeses les costará entender que el total del país es prácticamente el mismo pero en sentido inverso.
Al gobernador Juan Schiaretti, que decidió no jugar en esta elección más que por su boleta corta, lo deja en una posición incómoda.
Si bien sabe del peso de Córdoba y de la necesidad que tendrá el futuro presidente de acordar con los gobernadores, Schiaretti fue señalado por el dedo de Alberto Fernández hasta el mismo momento en que se cerró la campaña por su neutralidad en el proceso y no tendrá peso en el Congreso nacional.
Un dato importante es que la campaña se cerró con el senador Carlos Caserio renunciando a la conducción del PJ Córdoba y rompiendo con Schiaretti. De esta manera, el gobernador perdió al único senador que tenía. La amplia mayoría de sus colegas mandatarios provinciales tienen dos bancas en el Senado.
En Diputados, la representación de Schiaretti serían de cuatro o cinco representantes, una cifra que no le permite negociar mucho para un nuevo oficialismo que llegará con mayoría parlamentaria.