Que Xi Jinping haya anunciado flexibilizaciones a su política “cero Covid”, aflojando los confinamientos y las cuarentenas que cierran ciudades, es un triunfo de la ola de protestas que sacude a China. Las manifestaciones contra las duras medidas para impedir la circulación del virus llegaron a corear consignas contra el presidente y contra el Partido Comunista Chino (PCCh). Los cánticos de las multitudes reclamaron la renuncia del todopoderoso Xi Jinping y el fin del régimen de partido único que encabeza el PCCh.
Sólo un par de meses antes, el XX Congreso del Partido coronó a Xi con niveles de poder como los que tuvo Mao Tse-tung. Ahora, los manifestantes le gritan dictador y reclaman que renuncie y que acabe el régimen de partido único del PCCh.
El presidente chino sabe que mostrarse blando ante protestas masivas puede costar el cargo y la reputación de un gobernante chino. Lo demuestran las caídas del primer ministro Zhao Ziyang y del secretario general de PCCh, Hu Yaobang, cuya muerte en 1989 desencadenó las protestas estudiantiles reprimidas en la Plaza de Tiananmén.
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Por cierto, las flexibilizaciones anunciadas por el gobierno no resultan significativas ni implican que Xi haya renunciado a la represión para retomar el control. No obstante, resulta significativo que el duro presidente chino haya tenido que hacer gestos de ceder para aplacar la ola de protestas.
Por un lado, el presidente muestra concesiones mientras, por el otro, impulsa nuevas formas de feroz represión que resulten más encubiertas ante el mundo, para no dejar postales tan brutales como las de los tanques reprimiendo estudiantes en 1989.
Ambas realidades muestran que la dimensión de la protesta conmocionó al líder chino.
La indignación popular tuvo como detonante la muerte en Xinjiang de diez personas en el incendio de un edificio donde estaban confinadas, pero la causa es la política Covid cero, por la reducción de la libertad que implica y por el daño económico que le causa sobre todo a la pequeña y mediana empresa y a los comerciantes.
Indigna, además, que a esta altura se siga aplicando el covid cero, cuando el resto del mundo ha dejado hasta el barbijo. Que en China aún se apliquen cuarentenas rigurosas muestra un alto nivel de fracaso de la campaña de vacunación. China actúa como en el comienzo de la pandemia porque el nivel de eficacia de sus vacunas es bajo, porque el gobierno de Xi no permitió que entraran vacunas extranjeras con más eficacia de inmunización y porque amplias franjas de la sociedad no han recibido la tercera dosis.
En todos los países con economías medianamente desarrolladas, las campañas de vacunación han permitido reabrir la economía y recuperar la normalidad, mientras millones de chinos siguen enclaustrados, como en los primeros tramos de la pandemia.
Este fracaso causa indignación porque implica pérdida de libertad de las personas y también daño económico a los comerciantes y demás pequeños y medianos empresarios. Pero hay otra causa que explica las protestas: la creciente sospecha de que Xi Jinping se vale de la pandemia y de su política de covid cero para reinstalar el control total del Estado sobre la sociedad.
Las postales del inicio de la pandemia son reveladoras de señales totalitarias. Las escenas en que personas totalmente cubiertas con extraños uniformes como trajes espaciales sacaban por la fuerza gente de sus autos y de sus casas para arrastrarla a confinamientos, parecían salidas de películas encuadradas en el género distópico.
Había rasgos de totalitarismo en esa forma de encarar la lucha contra el coronavirus. Pero por entonces en China y en el mundo imperaba el desconcierto y el pánico. Lo difícil de aceptar es que, con el resto del mundo normalizado, en China sigan los confinamientos. Indigna el fracaso de la vacunación para tener a la sociedad protegida, y también indigna la sospecha de que Xi quiere acostumbrar a los chinos a estar bajo control absoluto del Estado.
Ese es un tema central en la ira de las calles: la sensación de que la política covid cero le permite experimentar el control total de la sociedad.
Las protestas le salieron al cruce. El peligro que corren los manifestantes es inmenso. Si un gobierno liderado por un reformista que había sido víctima de la represión maoísta, como Deng Xiaoping, que tenía reformistas partidarios de la apertura democrática como Zhao Ziyang en posiciones claves de la estructura del poder, lanzó la feroz represión que produjo masacres y desapariciones en 1989, cuanto más criminal (aunque más disimulada) puede llegar a ser la represión de un gobierno sin dirigentes moderados conteniendo a un líder casi tan duro, intolerante y poderoso como lo fue Mao Tse-tung.