¿Qué evidencia la contundente victoria de Javier Milei? ¿Se trata de una adhesión consciente y convencida a las ideas sociales y económicas que viene expresando desde que debutó en los sets de televisión?
De ser así la sociedad argentina se estaría volcando hacia el extremismo conservador, con la particularidad de que se trataría de uno de los escasos experimentos de libertarismo socio-económico que se dan en el mundo.
Lo más probable es que a la victoria no la explique la adhesión a las propuestas de Milei, sino el repudio a la corrupción, a la mediocridad y a la codicia de poder de una dirigencia política que lleva décadas hundiendo al país en la decadencia y el empobrecimiento, y que tuvo como patética expresión al fallido y calamitoso gobierno encabezado por Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
El rechazo a la realidad imperante y su representación política parece explicar el resultado mucho más que una masiva e improbable adhesión a teorías económicas desconocidas para la casi totalidad de los argentinos.
+ MIRÁ MÁS: Por qué Córdoba fue el motor del voto por el cambio
Más allá del agobio que provoca en la economía el obtuso estatismo imperante, es difícil que la ola de votos que consagró presidente a Milei sea causada por su visión socio-económica. Por cierto, su discurso económico generó esperanzas en una sociedad asfixiada de cepos, de burocracia y de cargas impositivas. Pero, ¿acaso pudieron volverse populares en Argentina las teorías económicas que caracterizan a la llamada Escuela Austriaca?
Resulta inverosímil que Milei haya hecho que un océano de jóvenes y buena parte de las demás generaciones hayan comprendido el pensamiento de Frederich Hayek y de Ludwig Von Mises. También suena imposible que se haya entendido en profundidad lo que implican las ideas de Murray Rothbard, el economista norteamericano que impulsó el anarco-capitalismo, repudiando el movimiento de los Derechos Civiles que lideraba Martin Luther King, el Estado de Bienestar impulsado por Franklin Roosevelt y toda noción de justicia social.
Sería un fenómeno social sumamente extraño que semejante cantidad de argentinos hayan comprendido y aprobado una propuesta que va mucho más allá de la “economía de mercado”, porque lo que propone el pensamiento libertario y ultraconservador es la “sociedad de mercado”. Y en ese estadio socio-económico, todo es mercadeable. Absolutamente todo, incluido los órganos del cuerpo humano, los niños, los mares, los ríos, etcétera.
Hablando de mercados de órganos y de niños, Milei no logró hacer comprensibles esas teorías tan radicales. Lo que consiguió el gran ganador de los comicios, fue convertirse en el ducto que canaliza toda la ira acumulada en una sociedad frustrada por su falta de perspectivas y su empobrecimiento, mientras una dirigencia política inescrupulosa y falsaria bailaba en la cubierta del Titánic.
No fueron sus explicaciones económicas, sino la forma desaforada con que las vociferaba con los ojos desorbitados en los sets de televisión, mezclándolas con insultos, agravios y descalificaciones lanzadas contra funcionarios del gobierno y dirigentes de la oposición.
Esa violencia verbal y gestual, que emanaba de manera volcánica cuando entraba en trance energúmeno contra quien osara contradecirlo, resultó el vehículo más atractivo para canalizar el hartazgo acumulado en una sociedad empobrecida por la inflación.
No fueron sus virtudes sino la ostentación de su lado oscuro, donde abundan las desmesuras, las reacciones violentas, los desequilibrios y las convicciones con rasgos fundamentalistas, lo que le dio competitividad en una juventud que no espera nada de la dirigencia política existente y de otras franjas de la sociedad sofocadas por el relato recargado del kircherismo, la sobredosis de ideologismo, el liderazgo mesiánico de Cristina y una cadena de tropelías indecentes como la cooptación de los organismos de Derechos Humanos reduciéndolos a instrumentos del aparato político-partidario.
Pero que la causa de la furia que propulsó a Milei sea el sectarismo agresivo del kirchnerismo, no quiere decir que el líder que engendró como reacción no sea también sectario. Lo es. Y también implica sobredosis de ideologismos, además de supurar feligresías fanatizadas.
Precisamente por eso, el triunfo de Javier Milei tiene un aspecto paradójico: le da una chance de resurrección al kirchnerismo.
Aunque parezca lo contrario, la victoria de Sergio Massa habría implicado el final inexorable del movimiento creado por Néstor Kirchner y exacerbado por su viuda. Para Cristina, su hijo Máximo y la cúpula de La Cámpora, es mil veces preferible ser oposición a Milei que oficialismo de Massa.
Como oposición a un gobierno ultraconservador que reivindica la más criminal de las dictaduras argentinas, el kirchnerismo habría encontrado una razón de ser al proclamarse “resistencia”. Si cayeron en la desmesura absurda de proclamarse resistencia del gobierno de Macri, que fue centrista y moderado, más razonable lucirá ese rótulo, sólo justificable en países sometidos por fuerzas de ocupación o por dictaduras, si al despacho principal de Casa Rosada lo ocupa un negacionista del cambio climático que abraza dogmas ideológicos con la furia de los intolerantes.
Ser oposición a Milei le da al kirchnerismo una chance de renacer como oposición, mientras que como oficialismo de Massa estaba condenado a una inexorable extinción. Aunque, eso sí, con cuidados paliativos.