Visitar a Vladimir Putin en Moscú, fue un favor inmenso que le hizo Xi Jinping al presidente ruso. Pero la intención prioritaria del poderoso líder chino no era favorecer al jefe del Kremlin sino terminar de imponer el control del gigante asiático sobre Rusia.
En los acuerdos comerciales que está imponiendo desde que la economía rusa comenzó a sentir la pérdida de mercados occidentales que le generan las sanciones de las potencias que integran la OTAN, el rublo se debilita a la sombra del yuan, porque Rusia aceptó comerciar en yuanes con los países asiáticos. Además, los activos de las empresas que abandonaron los activos occidentales que se fueron de Rusia cuando invadió a Ucrania, fueron ofrecidos a precio de ganga a las empresas chinas. Incluso, Moscú prometió abrir las puertas a una ola de inversiones chinas en condiciones ventajosas, sin que China vaya a favorecer del mismo modo a las inversiones rusas.
El desnivel a favor de China se ve también en los elogios desmesurados de Putin a Xi Jinping, quien respondió con expresiones muy medidas. El jefe del Kremlin se esforzó por hacerle decir a su poderoso visitante que Rusia y China son “aliados”, pero Xi Jinping se limitó a usar el impreciso término “socios estratégicos” para calificar el vínculo entre Beijing y Moscú.
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El objetivo principal de Xi en este viaje, era mostrarse como el nuevo jugador de gran peso en el tablero internacional. Posar de gran mediador, llevando al corazón del mundo eslavo su propuesta para poner fin a la guerra en Ucrania.
Su primera gran jugada como estadista que soluciona conflictos, fue con la mediación entre la República Islámica de Irán y su archienemigo de la otra costa del Golfo Pérsico, Arabia Saudita, logrando un acuerdo para restablecer las relaciones diplomáticas, rotas desde el año 2016.
Además de aparecer jugando en el tablero del Oriente Medio, lograr un primer entendimiento entre la potencia del chiismo y la potencia del Islam sunita, le permitió a China hacerse de una postal como las que logró Estados Unidos con el acuerdo egipcio-israelí que firmaron en Camp David Menahem Beguin y Anuar el Sadat, y con el acuerdo para “la paz de los dos estados” que firmaron Yitzhak Rabin y Yasser Arafat en Washington.
Pero a Vladimir Putin no le importa que China se esté adueñando de la economía rusa, dando vueltas una relación en la que Moscú estuvo por encima de Pekín durante siglos. Lo que le importa al presidente ruso es mostrarse en los salones del Kremlin con un visitante tan poderoso, porque esa presencia contrarresta el aislamiento que crece sobre él desde la invasión a Ucrania.
Xi le hizo a Putin el gran favor de visitarlo un par de días después de que la Corte Penal Internacional (CPI) librara una orden detención internacional contra el presidente ruso. Desde ese momento, Putin no puede visitar (o al menos no puede hacerlo sin tener serios problemas) ninguno de los 123 países que suscribieron y ratificaron el Estatuto de Roma de 1998.
Seguramente no terminará preso en La Haya, como acabó sus días el ex presidente serbio Slobodán Milósevic por la limpieza étnica contra los albaneses de Kosovo. Pero la decisión de la CPI lo convierte en el primer presidente de una potencia que integra el Consejo de Seguridad de la ONU que es denunciado por ese tribunal internacional. Eso lo coloca en una lista donde hay dictadores despreciables y otros criminales, como el sudanés Omar al Bashir, por las masacres en Darfur, y el ex presidente liberiano Charles Taylor por haber impulsado la sangrienta guerra que devastó a Sierra Leona.
Figurando en semejante cuadro del deshonor, Vladimir Putin necesitaba una foto como la que pudo obtener y difundir gracias a la visita de Xi.