Como en la geografía y la política, Córdoba quedó en el medio. Ni tiene el brote de coronavirus en crecimiento como la Capital Federal y Gran Buenos Aires ni está en una situación más o menos relajada como la mayoría de las provincias del interior.
La capital provincial y las localidades conlindantes mantienen sus contagios aunque ha disminuido la mortalidad. Si se compara al Gran Córdoba con el Gran Buenos Aires, estamos relativamente bien; si se compara con Rosario y nuestra casi gemela Santa Fe, estamos relativamente mal.
Por eso, el Gobierno provincial ha decidido dar pasos muy cautelosos en la salida del aislamiento social, preventivo y obligatorio. Ha venido habilitando actividades en las zonas provinciales con pocos casos o directamente sin, ciertas actividades industriales con protocolos estrictos y avanzará en la liberación en la Capital provincial, aunque de manera muy gradual.
El gran problema de esta urbe de más de 1,5 millón de habitantes es cómo movilizarse. Todo lo que se permita desde mañana lunes deberá estar atado a la no utilización del transporte público.
A Córdoba le dieron la famosa fase 4, instancia previa de la no menos famosa “nueva normalidad”, pero el Gobierno provincial ha decidido no hacer uso y abuso de esa calificación.
A Córdoba le dieron la famosa fase 4 pero el Gobierno provincial ha decidido no hacer uso y abuso de esa calificación.
Es que no quieren correr con costos políticos de una disparada de casos.
El Gobierno nacional ha dejado en claro, en palabras y gestos, que su prioridad es el Amba, la Capital Federal y sus alrededores bonaerenses, esa zona en la que radican, amontonados, la población más pobre y la más rica del país.
En el equipo que rodea a Juan Schiaretti saben que Alberto Fernández está buscando que cada gobernador pague sus costos y, por eso, no quieren dar ni un paso de más.
Pero también saben que necesitan mantener el discurso de alineamiento total con Olivos. De allí tienen que venir los fondos, vía emisión descontrolada, que sostendrán los estados provinciales y municipales y una parte del sector público de todo el país.
El año eterno
Así como no hay margen para una apertura amplia del aislamiento, no hay para aventuras políticas.
Un año puede ser una eternidad y el martes se va a cumplir la primera eternidad de aquel triunfo electoral sin antecedentes que lo ponía a Schiaretti como actor central de la escena nacional y dueño de un capital político local sin antecedentes.
Un año puede ser una eternidad y el martes se va a cumplir la primera eternidad de aquel triunfo electoral sin antecedentes de Schiaretti y Llaryora.
Pero eso ya se había diluido bastante antes de la pandemia.
Schiaretti ya venía lidiando con su propia herencia. De hecho, el recorte que anunció hace unos días a los jubilados, y que abordamos en la columna del domingo pasado, es más fruto de quebrantos propios que la abrupta caída que impuso el aislamiento.
La poca oposición que queda en Córdoba le recordó al gobernador en este aniversario del triunfo electoral que aquellas obras que cimentaron su campaña no se pagaron aún y conforman una pesada carga porque es deuda en dólares, en épocas que la divisa estadounidense vuela por las nubes.
El legislador Aurelio García Elorrio estimó esta semana que se contrajo deuda por 2.780 millones de dólares y que, con o sin pandemia, esa carga iba a terminar fundiendo a Córdoba.
Batalla jurídica
El que dio un paso osado esta semana fue el intendente capitalino Martín Llaryora, que también festeja su primer aniversario del triunfo electoral.
Metió mano fuerte en los salarios municipales y abrió un frente de batalla que se va a dirimir más en los Tribunales que en las calles.
Se viene una interesante tenida judicial, que puede ser considerada como antecedente por trabajadores públicos y privados respecto a la posibilidad de recortar salarios.
Lo que pasa es que los segundos ya vienen acordando ello y a los primeros ni se les cruza por la cabeza esa idea.
Son otra de las tantas grietas que separan la Argentina.