De pequeños aprendemos que los monstruos vienen para asustarnos y, por lo general, su aparición está ligada al aprendizaje de algo: cepillarnos los dientes, dormirnos a la hora adecuada, en definitiva, portarnos bien.
Quizás sea esta lógica la que nos impide entender el comportamiento de un monstruo que amenaza a un médico. ¿Qué conducta pretende conseguir?
El monstruo puede ser cualquier vecino de un barrio que desde hace 34 días está encerrado. Esperando que pase la pandemia, esperando que baje la cantidad de infectados y muertos por coronavirus. Una persona que quizás, tenga mucho más tiempo que antes de la cuarentena para pensar y mucho más espacio para alimentar sus miedos.
Miedo a enfermarse, miedo a infectar a sus familias, miedo a la muerte.
El monstruo puede ser cualquier vecino de un barrio que desde hace 34 días está encerrado.
El temor nunca es un buen aliado para tomar decisiones.
Del otro lado, un médico. Con los mismos miedos pero sin tiempo para pensarlos, sin tiempo para compartirlos, con un peso enorme sobre sus hombros que lo obliga a cumplir con el juramento hipocrático: “No llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos”, incluso la de los monstruos.
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Entre ambos no hay tanta distancia como ellos creen: ambos anhelan que esto se termine, que la sensación de normalidad vuelva a nuestras vidas. Uno, quizás para volver con su familia. El otro también.
Pero uno amenaza, increpa y hasta golpea por temor. El otro no sabe cómo comportarse porque cree profundamente que está haciendo todo bien: se levanta temprano, trabaja más horas de lo normal, aplica todos sus conocimientos para salvar vidas, pelea por recursos, arriesga su propia vida y la de su familia. ¿Qué más podrían pedirle? ¿Por qué lo asusta el monstruo?
Y en esa pregunta quizás está la respuesta: el ataque no tiene que ver con la víctima, con el doctor.
El ataque tiene que ver muchísimo más con el vecino cuyo miedo lo transformó en un monstruo capaz de atacar a otra persona por el simple hecho de usar una bata de médico.
Una imagen que lo transforma en el peor miedo que hoy le toca vivir en un contexto de aislamiento social, preventivo y obligatorio.
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Como cuando era niña sigo creyendo en los finales felices de los cuentos. Creo que los monstruos son vencidos y, al final, todos comen perdices.
Sólo que en este caso, haría un único cambio a la historia: “…el virus fue vencido por todo el pueblo. El monstruo no tuvo más opción que irse a buscar otro cuerpo que lo cobije. El vecino volvió a ser el que era y cuando conoció más profundamente al médico, se hicieron buenos amigos. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado”.